Al principio parecía una buena idea. Debíamos coserle a España una camisa que no fuera de fuerza; sus costuras no debían impedirle crecer, ni siquiera "expresarse". Se suponía que veníamos de 40 años de esa situación y se dio por buena cualquier cosa que fuera exactamente lo contrario. Habilitamos una tela aparentemente elástica, muy capaz de darse de sí, pero curiosamente, luego no volvía a su sitio original. Consideramos que no era un problema.
Es cierto que había algunos aspectos del diseño que tenían poco que ver con los ropajes tradicionales. Santander dejaba de ser la "cabeza de Castilla", León parecía tener más ligazón sentimental con Asturias que con su paramero sur, Albacete se desligaba de Murcia y luego estaba esa extrañeza de la "Comunidad de Madrid". Pero era obvio que eran cuestiones menores porque la prenda parecía "muy a la moda". Cierto, algunos estaban singularmente interesados en adquirirla, unos como mal menor, ya que aspiraban a sus ropas propias, otros la veían más bien como la red de un trapecista. Pero pasado el tiempo, fue adquiriendo la fijeza de una prenda útil, práctica e incluso cómoda, al menos a ojos de la mayoría.
Incluso las extrañezas administrativas (que tenía pese a estar inspirada en el diseño de la división provincial de Javier de Burgos en 1833) adquirieron carta de naturaleza con el tiempo. Siendo irresistible el continuo proceso de socavación de la idea de España, muchos volvieron su patriotismo hacia lo que tenían más cerca. Los colectivistas necesitados de una patria a la que ensalzar, ante la continuada crítica izquierdista de la nación común como si cualquier reivindicación de la misma supusiera afección por la dictadura, volvieron sus querencias hacia sus "patrias chicas" y surgieron como setas sarampiones de localismos, regionalismos y nacionalismos de comarcas, valles, mesetas, páramos y muladares, playas y serranías, costas y secarrales. Todos sentían la necesidad de imitar a los nacionalismos genuinos, esas pesadillas decimonónicas que progresan sólo para mejorar su carácter deletéreo.
Los ropajes engordaban y les salían nuevas mangas, cuellos, infinitos botones, chorreras, levitas y hasta capas, antifaces... y algún pasamontañas que ya estaba de antes. Si no eres Estado, siempre puedes hacer como que lo eres e imitar el aparato estatal. Total, si paga el ciudadano y le tienes convencido de que "es por la dignidad de la nación", acaba sufragando cuantos delirios de grandeza tenga el politicastro de turno.
Con un sistema que premia al político hábil y trapacero, agitador de prejuicios y sentimentalismos ante el gestor efectivo, frío e incluso gris, ¿qué podíamos esperar? Con el elemento venenoso del partidismo tomando una fuerza cada vez más imparable, ¿cómo no se iba a desbocar el diseño original?
Sobre el papel, casi todo funciona. La práctica resulta rara vez exitosa. Nos dotamos de un sistema autonómico para "encajar" a los nacionalismos y mejorar la gestión de los asuntos públicos. Entre la mejora se buscaba una gestión más eficaz del dinero público (lo que normalmente supondría menor gasto al ser más precisas las Administraciones a la hora de gastar). Quien considera que los nacionalismos han sido encajados (es decir, saciados) más que un optimista, es un ingenuo o un mentiroso.
Treinta años después, nuestro sistema autonómico es la Hidra de Lerna y no aparece ningún Heracles que pueda podarlo. Y no sería deseable héroe alguno (devendría inevitablemente en un caudillaje con ínfulas de salvapatrias). Lo necesario sería una toma de conciencia ciudadana sobre la carísima superposición de distintos niveles administrativos del Estado, compitiendo por los recursos (es decir, por el dinero del ciudadano), disipando sus responsabilidades en el magma partidista del reproche mutuo y escondiendo sus fracasos en lo realizado (o no realizado) por otras administraciones gobernadas por los partidos políticos rivales.
Nuestro sistema autonómico es una de las más graves y difícilmente solucionables causas de la actual crisis múltiple que padecemos. Puede que el diseño original tuviera más aciertos que errores. Pero si así es, habrá que volver a ese diseño inicial y sólo podría hacerse con tijeretazos que ningún partido político está dispuesto a dar (Educación con cierto grado de homogeneidad a nivel estatal, persecución del galopante déficit de las Comunidades Autónomas, una financiación que no prime los intereses partidistas del que pueda imponerla al resto, liquidación de aparatos y cuerpos funcionariales, combate ideológico del nacionalismo de cualquier territorio...). Para ello necesitamos políticos distintos a los que tenemos. Para ello necesitamos personas que no sean ignorantes patológicos y que piensen más en el país que en su partido. Si conocéis a alguno, hacédmelo saber, os estaré muy agradecido.
Pocas dudas
Hace 1 día
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