lunes, 30 de noviembre de 2009

¿Islamofobia en Suiza?

Tengo que confesar que no acabo de entender el beneficio que supone para los suizos el resultado del referendum sobre la (no) construcción de minaretes. Vaya por delante mi envidia por el hábito helvetico de consultar a la población (aunque piense que hay muchas cosas más importantes que la consultada en esta ocasión) y el respeto que allí tienen a la expresión popular, incluso cuando es del disgusto del Gobierno, como es este caso (el resultado del referendum ha sido una sorpresa para casi todos los estamentos implicados).

Cabe resaltar que la modificación del artículo 72 de la Constitución Suiza a la que ahora se ve abocada el legislador de aquel país sólo va a restringir la erección de minaretes, no la construcción de mezquitas. Por tanto, ¿qué fondo tiene prohibirlos?

Uno puede pensar en cuestiones estéticas, considerar que el paisaje arquitectónico de la confederación helvética va a ser desgarrado por los afilados alminares. Pero realmente, estos no son nada antiestéticos y cualquier alto edificio moderno tiene un impacto paisajístico mucho mayor.

Podemos pensar también que se trata de un poderoso celo por reducir la contaminación acústica. Por ejemplo, en Alemania, la ley sobre ruidos impide que el almuédano ejerza sus funciones debido a lo molesto que puede resultar para la vecindad (singularmente la no maometana) el llamamiento a la oración nada menos que cinco veces al día. Se puede entender que si la función del minarete es facilitar ese llamamiento, impedido el mismo, el propio minarete carece de función.

Pero no van por ahí los tiros. Se trata de toda una reforma de la Constitución en el capítulo dedicado a la relación entre Estado y una confesión religiosa, con lo que si lo que se quiere evitar son los efectos arquitectónicos o acústicos de los alminares, realmente se estarían cazando mosquitos a cañonazos. Esto va mucho más allá. Se trata de dejarles claro a los musulmanes que una estructura arquitectónica determinada no es bienvenida sólo por ser musulmana. Es obvio que esa restricción no va a pesar sobre ninguna otra religión en Suiza.



El mensaje de "no sois bienvenidos" es de largo alcance. Como siempre, dicho mensaje sí será bienvenido por los musulmane integristas, quienes ya están usando el resultado del referendum para acusar a Occidente de hipócrita al no cumplir con los derechos y libertades de los que presume. La principal consecuencia será la mayor popularidad de las tesis islamistas más radicales, perjudicando a los no musulmanes que viven en países de mayoría musulmana. Esto no ayuda tampoco a sentirse más esperanzados sobre el trato que pueden recibir los tres cooperantes españoles secuestrados en Mauritania (país de donde deriva el nombre de "moros").

Además, los cuatro cantones en los que la prohibición de la edificación de minaretes no ha ganado, serán percibidos como más transigentes con el Islam, fomentando la inmigración interna de musulmanes de unos cantones a otros (algo usado por los promotores de la consulta popular para extender sus tesis por todo el país), loque sí fomentará el riesgo de creación de guetos en vez de disiparse los 400.000 musulmanes residentes en suiza por toda la confederación.
Los musulmanes que cumplen las leyes y no quieren "pasar a los infieles a cuchillo" se sentirán injustamente rechazados y se sentirán menos respaldados para combatir dialécticamente a los integristas.

No entiendo cómo desde posturas liberales se puede uno felicitar por una restricción a la libertad religiosa por parte del Estado. Eso no profundiza la laicidad de una sociedad (otro debate es si el laicismo es el sistema más apropiado en las relaciones entre Estado y confesiones religiosas; para mí, lo es, pero el laicismo que apoyo nada tiene que ver con el predicado en España).

Sinceramente, creo que considerar bueno para la libertad todo lo que arrincone a una religión es un error más propio de los socialistas anticlericales que padecemos en España. El cambiar el objeto del odio de una religión a otra no supone ningún avance.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Drama constitucional con Barça-Madrid al fondo.

En mi anterior entrada hablaba sobre la repetición de la historia, comparando la elección del Presidente "fijo" de la UE con el del emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico. Es sencillo rebuscar en el pasado para toparnos con paralelismos con los días que nos han tocado vivir. Un breve apunte al respecto lo veremos dentro de unas horas en uno de los acontecimientos deportivos del año, la periódica confrontación entre los dos máximos exponentes del fútbol de clubes de nuestro país.

Al igual que el nacionalcatolicismo franquista se quiso apropiar de los éxitos del Real Madrid (pese a lo mal que se llevaba Santiago Bernabeu con los jerifaltes del régimen), el nacionalismo catalán secuestra al F. C. Barcelona como instrumento propagandístico de primer orden. Lleva pasando lustros, pero ese triste proceso se ha acelerado en la era del "laportismo". Es curioso lo de Laporta: conjuga la etapa más exitosa a nivel deportivo de su club (superando al Barça de Kubala, el de las cinco copas, el de Cruyff como jugador, el "Dream Team" con el holandés en el banquillo) con la etapa de mayor postración del club a los delirios nacionalistas.




Laporta entiende que esa vinculación es natural y que lo criticable sería que el club blaugrana no fuera un instrumento del catalanismo. Demuestra así sus prioridades.

Esta semana pasada hemos visto al búnker mediático del nacionalismo catalán demostrar que la pluralidad ideológica no va con él. La maniobra de los doce periódicos vinculando la asunción de los postulados nacionalistas con el respeto a la "dignidad catalana" no es más que la típica treta de los fanáticos: "O asumes mis ideas o eres un totalitario; o me das lo que quiero o me obligas a romper la baraja". En este sentido, la diferencia entre los nacionalistas que llegan a la violencia asesina y los que no, es una cuestión de gradación, de intensidad. Sin duda es una diferencia importante sino definitiva y relativizarla sería injusto. Pero el planteamiento de "o te postras o entonces me siento atacado" es el mismo.

Es el mismo planteamiento que decía durante el franquismo que el buen español sólo podía ser franquista o falangista (o ambas cosas), en definitiva, afecto al régimen. Para el nacionalismo catalán, el buen catalán sólo puede ser nacionalista. Arzalluz fue bastante más explícito y dijo en varias ocasiones que "por supuesto que el buen vasco tenía que ser nacionalista".

Veremos con qué nos sorprende el nacional-catalanismo en la puesta en escena del gran partido. Sin duda, no dejarán pasar la oportunidad. Ya veremos cómo los realizadores de TV3 manejan las cámaras para lanzar el mensaje promovido por Montilla, ERC, CiU y con la anuencia entusiasta de Laporta.

La sensación de país de chirigota no nos la va a quitar nadie. En medio del drama de la derogación fáctica de la Constitución, los fanatismos ideológicos volverán sus miradas hacia dos docenas de jóvenes vestidos de futbolistas, muchos de ellos maestros del balón, de entre los mejores del mundo en su profesión, pero que a la inmensa mayoría de ellos ni les va ni les viene el tema del Estatut (aunque traguen lo que sea con tal de hacer ver que "sienten el club"). Sólo espero que la victoria de uno sobre otro equipo no sea causada por error arbitral. ¿Se imaginan lo que dirían los doce periódicos catalanistas si el Madrid vence o incluso empata gracias a un error del árbitro? Tendremos interpelaciones parlamentarias sobre el tema, apostaría sobre ello.

Esperemos que no llegue "la sangre" al césped.

Ah, y por cierto: que gane el mejor.

lunes, 23 de noviembre de 2009

La Europa que no se toma en serio a sí misma.

Hubo un sueño llamado Europa.

La esencia del continente, excelsa cuna de tantísimo y violenta tumba de demasiados, cabalga a través de los milenios, no sólo inasible, sino inefable, poliédrica e indescifrable.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el sueño quiso echar raíces sobre un suelo plagado de cadáveres y escombros. Los europeos se dieron primero un abrazo hecho de carbón y acero, con la CECA. Después, el club se amplió y posaron juntos bajo una corona de laurel en el Tratado de Roma. Luego vino la Economía, el Mercado común que repartió prosperidad e hizo del comercio la norma y de la violencia la excepción. La CEE se abrió a la península ibérica y los españoles entramos por fin en la ansiada Europa, tan esquiva a nosotros (y nosotros a ella) durante tantos siglos.

Como una rodante bola de nieve, los años le regalaron un creciente volumen. Los países europeos guerreaban ya sólo en el verdoso pasto futbolístico, con la sangrante excepción de la pesadilla balcánica (aquí al lado), de la cual queríamos alejarnos con la excusa de que no formaban parte del club. Un club que escogió el tamaño antes que la eficacia. Un abrazo más estrecho, pero del que no todos participaron, se realizó al sacrificar monedas nacionales en pos de una comunitaria. Y la hipertrofia, lejos de detenerse, se aceleró. Ahora somos 27. Una descomunal potencia pseudo-confederal. Descomunal por lo gigantesco de sus aparatos estatales y supraestatales. En eso, somos la primera potencia. Nadie nos gana. En otras cosas... bueno... mejor no hablar.

Se nos decía que el abrazo sería más eficaz, que nos daría más calor, tras la aplicación del desdichado Tratado de Lisboa. Ha llovido tanto desde su aprobación que los líderes que lo diseñaron ya no están. Quienes tienen que aplicarlo, no lo sienten como su criatura y se rebelan contra él como el joven que no oculta suspicacias ante la herencia dejada por un padre con el que no se llevaba bien.

Las grandes naciones tienen claro que la Unión Europea es un instrumento, no un fin. Un instrumento peligroso, ya que puede volverse en su contra. Por eso hay que tenerlo controlado. Recientemente se han escogido a dos políticos sin renombre como "líderes" (es un modo de hablar) de la Unión. El premier belga (hacedor de haikus) Herman van Rompuy será el "Presidente" de la Unión europea y la laborista inglesa Catherine Ashton (hasta ahora Comisaria Europea de Comercio) será la "Alta representante de Política Exterior". Los nombres de los puestos son rimbombantes para la verdadera importancia que tendrán.

De este parto oscuramente conchabado en los pasillos de Bruselas podemos deducir no pocas cosas:

1) Por si alguien aún tenía dudas, la democracia en la UE es un estorbo. Hasta en tres ocasiones se ha votado NO en referendums sobre el Tratado de Lisboa en países miembros y aún así se pondrá en marcha dicho Tratado. Disminuido, sí, pero se saca adelante.

2) La Unión Europea ha quedado como una instancia donde diluir responsabilidades nacionales, una enorme ubre estatista a la que pedir dinero unas veces y echar las culpas otras.

3) Los conservadores-democristianos y los socialdemócratas europeos no confrontan ideas sino que se turnan en el ejercicio del poder con la excusa del consenso. De los dos cargos elegidos (que no electos), uno es para un bloque (van Rompuy, conservador) y otro para el "contrario" (Ashton, laborista / socialdemócrata). Queda claro que ambos bloques son como las dos hojas de una tijera, complementarias y confrontadas sólo en apariencia.

Pero la cuarta y la que me parece más importante es la curiosa repetición de la Historia. En un continente de tanto pasado como Europa, es sencillo encontrar precedentes de casi cualquier cosa. El acuerdo entre Merkerl y Sarkozy con la anuencia de Brown y la sumisa expectación de dos docenas de países me recuerda a la manera en la que se elegía al emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. En la mayoría de las ocasiones, los príncipes escogían siempre al candidato más cómodo, al mediocre que no daría problemas, al individuo sin más ambición que la ostentación pasiva del cargo, aquel que no amenazaba las decisiones territoriales. Se escoge a alguien con la intención de que no sea eficaz, por miedo a que lo sea. Porque Europa no se toma en serio a sí misma, o al menos al proyecto neblinoso que se supone que nos tiene que ilusionar, emocionar, aquel del que nos piden que estemos orgullosos y seamos entusiastas.

Si ni siquiera ellos se lo toman en serio, si orillan las voces de los pueblos que hablan en referendums cuando dan respuestas que no les gustan, si traicionan los supuestos principios que informan la Unión, si ellos son los primeros en reírse de Europa, ¿cómo quieren que nosotros nos la tomemos en serio?

Y eso que ellos -los políticos "eurócratas"- ganan (mucho) dinero con ello. A nosotros, encima, nos sale carísimo.

viernes, 20 de noviembre de 2009

El "caso Alakrana" y el de Miguel Ángel Blanco: los principios están para algo.

A finales de la década pasada, la banda asesina e.t.a. secuestró a un concejal del PP de Ermua y le dio al Gobierno y a la sociedad española un macabro ultimatum: "O hacéis lo que digo o asesino al secuestrado; los responsables de la muerte seréis vosotros, no yo".

Apenas recuerdo voces sugiriendo que España se arrodillara y quienes lo decían lo hacían con la boca chica, reconociendo implícitamente lo miserable de su postura e intentando camuflarla, alegando que el proceso negociador siempre sería posterior a la liberación del secuestrado.

Poco más de una década después, la sociedad española ha cambiado. Como dijo Neruda, "nosotros, los de antes, ya no somos los mismos". Si hoy en día España se viera en una situación similar, lo que obligaría al Gobierno a no ceder no serían sus convicciones ni las de la sociedad gobernada, sino el precedente de aquel Gobierno Aznar, el contraste innegable entre un Gobierno y otro. Aquellos tristes días de julio solemos recordarlos con lástima, pena y rabia. Pero existe un poso de innegable orgullo cívico. Por lo que fuimos, no por lo que somos.

¿Qué nos ha pasado desde entonces? ¿Qué fuerzas corruptoras han operado en la sociedad española para que en apenas una década mucha gente considere la cesión ante el terror como un signo de salud democrática?

La podredumbre moral ha avanzado en la gestión de los asuntos públicos a una velocidad muy superior a la observable en cualquier otro ámbito. Los primeros signos vinieron de donde siempre, de los nacionalistas mal llamados "moderados", quienes si pueden motejarse de tal modo es sólo porque otros correligionarios asesinan con sus propias manos. El surgimiento del espíritu de Ermua alarmó al PNV, quien veía en la sólida figura de Mayor Oreja y en los jóvenes del PP emuladores del también asesinado Gregorio Ordóñez (especialmente Carlos Iturgáiz y María San Gil) una alternativa real de gobierno en el País Vasco.


Siempre en nuestra memoria.



Se planificó el "Pacto deEstella-Lizarra", que sustituyó al de Ajuria-Enea. Se sustituía un pacto de todos los demócratas contra los asesinos por otro de todos los nacionalistas (asesinos incluidos) contra los no nacionalistas. Entre los primeros, se contaba con el muy apreciable apoyo de los tontos útiles de los comunistas. De aquellos polvos vinieron los lodos del Plan Ibarretxe, que han empantanado el progreso social, democrático y económico de Euskadi durante dos lustros. El que ahora el lehendakari sea un socialista con evidentes tintes nacionalistas es un fracaso menor para los peneuvistas. Lograron parte de lo que querían: María San Gil e Iturgáiz están desaparecidos de la escena y Mayor Oreja exiliado a Bruselas. El PP vasco de ahora dista mucho de aquel partido conjuntado en torno a principios.

Las cosas empeoraron con la elección de un medrador profesional como Secretario General del PSOE en el año dos mil. El virus de "todos los nacionalistas contra los no nacionalistas" arraigó fuertemente en Cataluña, con salvedad de algunos enfrentamientos con CiU, pero el despegue de ERC obligó a CiU a radicalizar su independentismo. El PSOE cambió de bando y se amplió el pacto de Lizarra con el Pacto del Tinell. Del de Ajuria-Enea al Tinell, la diferencia es la siguiente:

De estar todos los demócratas contra los asesinos, se pasó a estar todos (asesinos incluidos) contra el PP. La traición socialista se había consumado.

La labor de oposición de Zapatero fue envileciendo y enmarañando los principios democráticos. Ante el atentado islamista contra la Casa de España en Casablanca, la reacción de Zapatero fue decir que "Aznar había puesto en la primera línea de fuego a los españoles con su política internacional". Por primera vez en la retomada democracia española, un líder de la oposición responsabilizaba a la política gubernamental de un atentado brutal. La solución de Zapatero era, lisa y llanamente, hacer lo que los asesinos querían: cambiar la política del país.

Con este mensaje, se pintó una diana en la frente de todos los españoles. Las conversaciones en Perpignan entre el líder etarra y el vicepresidente de Cataluña (que en funciones era Presidente en aquel momento) fueron minimizadas por el PSOE por motivos electoralistas. Después, la catástrofe sin precedentes: el 11-M, la artera y repugnante manipulación política por todos los bandos, la victoria del bando mediáticamente superior, la responsabilización al Gobierno de España de 192 asesinatos, la retirada inminente (y dudosamente legal, pues fue ordenada por un Ministro de Defensa que no había tomado posesión oficial de su cargo) de las tropas que realizaban labores humanitarias (que no de guerra, como sí hacen ahora en Afganistán) en Irak sencillamente porque eso era lo que se supone que querían los terroristas, la negociación con e.t.a. la calificación de atentados como accidentes (según Zapatero), la calificación de defensores y voceadores de los asesinos como "hombres de paz", la postración indisimulada a una filosofía utilitarista resumida en "si hacemos lo que nos piden, no nos matan, luego nosotros ganamos, no ellos", la afirmación de que en la lucha del Estado de Derecho contra el terrorismo "no puede haber vencedores ni vencidos", el ninguneo, desprecio, aislamiento y finalmente desactivación de los colectivos de víctimas del terrorismo, la oxidación de los mecanismos de control democráticos a la acción del Gobierno, la asunción como normal del conjunto de anormalidades que suponen el sometimiento de la Ley a la oportunidad política determinada por un Presidente ignorante y un partido sin principios pero con intereses de poder infinito, la aceptación por la oposición de la finiquitación de la poca separación de poderes que nos quedaba...

Ha sido una década espantosa. Somos una sociedad sin principios, derrotada y que va diciendo a quienes nos odian que con sólo presionarnos un poco, cederemos. Si el Estado no sirve para algo tan básico como proteger a nuestros barcos pesqueros, ¿para que nos sirve? ¿Cómo podríamos enfrentar, por ejemplo, una segunda Marcha Verde esta vez hacia Ceuta y Melilla si Marruecos decide presionarnos para evitar tratar sus problemas internos? Con contumaz eficacia se ha ido acostumbrando a los españoles a que ceder ante el asesino es no sólo recomendable sino loable. Cualquier ciudadano español en cualquier lugar conflictivo del mundo lleva en la frente un boleto ganador. El mayor rescate pagado a cualesquiera piratas somalíes es el "nuestro". Se ha pagado sin pensar demasiado en la invitación que supone a la extensión del pirateo. Cualquier país con barcos en la zona, vuelve a mirar a España igual de mal que cuando salimos corriendo de Irak. Pero ellos pueden estar más tranquilos que nosotros. Todos los piratas somalíes saben qué nacionalidad tienen los barcos más fáciles y rentables de secuestrar.

Al final, resulta que no todo es utilitarismo. Y que hay derrotas que son victorias a largo plazo y aparentes soluciones que son condenas. Al final, va a resultar que tener principios sirve para algo.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La extraña propensión al ridículo de Rodríguez Zapatero

Lo ha vuelto a hacer. Y de nuevo, en uno de los peores escenarios posibles. La sensación de vergüenza ajena que nos causa sólo hubiera sido mayor si lo hubiera hecho ante la Puerta de Brandenburgo en la reciente celebración de los 20 años de la Mauerfall, la caída del Muro de Berlín, trasunto del Telón de Acero.

Esta vez lo ha hecho en Polonia. En un país que ha sufrido las dos ideologías colectivistas más devastadoras del siglo pasado, el nazismo y el comunismo, Zapatero ha comparado la caída del Muro de Berlín, con la muerte de Franco. Prefiero no imaginar la cara que se les quedaría a los polacos cuando escucharon la traducción de las palabras del Presidente español (que sigue sin hablar inglés y no hace amago de aprenderlo).

No es la primera vez que Zapatero se descuelga con una comparación estúpida. Será difícil que logre igualar la infamia y bajeza que entrañaba aquella comparación en la que comparaba su posición como nieto de un militar caído en un conflicto bélico (por mucho que éste sea la Guerra Civil) con la posición de una madre que ve cómo le revientan las piernas a su hija en un atentado terrorista. Se lo dijo a la madre de Irene Villa en una visita de la AVT a Moncloa, en el 2006, en pleno acoso del Gobierno a las víctimas díscolas y en plena negociación con los asesinos. No sólo comparaba un atentado a una guerra, sino la posición de un civil a la de un militar y la de la España de 1936 a la de los años 90. Pero peor aún, hablaba de un abuelo que murió ¡24 años antes de que naciera Zapatero! Imposible que tuviera ningún nexo afectivo de carácter personal con alguien que dejó el mundo un cuarto de siglo antes de que él naciera... y comparaba ese nexo emocional con el que una madre tiene con su hija. Supongo que por muy ladino que pueda ser, hasta el propio Zapatero se habrá arrepentido de esa comparación.

Lamentablemente para los españoles, comparar cómo esperamos a la muerte del dictador con cómo los polacos, los bálticos, los rumanos, los húngaros, los alemanes del este, etc, se movilizaron y echaron abajo el muro, es llamar cobardes a todos esos pueblos que saben de verdad (no como aquí) lo que es un sistema de planificación estatal sin freno, el socialismo real, el Partido Único, el comunismo sin ambages. Que no, Zapatero, que no. Que precisamente en Polonia, fruto del faro espiritual de Karol Wojtyla y con el sindicato "Solidaridad" como ariete, los ciudadanos se la jugaron de verdad, no como los dóciles españoles esperando apaciblemente a que se nos muriera nuestro "padrecito" particular.




Tampoco es buena la comparación, Zapatero, porque el nivel de intromisión estatal en la vida del individuo era mucho mayor en el socialismo, sin que eso suponga ningún buen juicio sobre la dictadura franquista. Pero en España, y más a partir de 1960 (año de nacimiento de Zapatero), los españoles podían escoger, por ejemplo, el lugar de residencia, diversos medios de comunicación en prensa escrita (con una censura que ya no era la de décadas anteriores), actividad profesional y estudios (si lograban pasar los exámenes pertinentes), podían emigrar y viajar fuera del país con una libertad (o comodidad, por si la palabra "libertad" parece impropia) incomparable a la que en los países socialistas sólo gozaban los prebostes del Partido Único. También España recibía unos flujos de turistas cuyas incursiones en el país se hacían en un régimen de libertades infinitamente superior al de cualquier turista despistado que se aventurara a viajar por el bloque comunista. En definitiva, que nos avergüenza tu comparación, porque parece fruto del afán de protagonismo pueril que te caracteriza.

Es como si el Presidente español estuviera resentido por no estar invitado a las celebraciones de la caída del Muro (los alemanes son gente seria, procuran hacer las cosas bien). Como no ha podido estar con la Merkel, la Clinton, Gorbatschov, Medvedev, Sarkozy (¿qué carajo pintaba Sarkozy?) y el resto, pues él ha tenido que decir que bueno, que nosotros ya tuvimos "nuestra caída del muro". Pero hombre... ¿a qué vienen esas ganas de dejar a España en ridículo? Haz tú el ridículo si quieres (además, dudo que pudieras evitarlo) pero deja al país aparte.

Zapatero no es un gran orador (aunque él cree que sí) y su afán de protagonismo le lleva a querer dejar grandes frases, como si fuera un Churchill patrio, aunque él en todo caso se parecería más a Chamberlain (sobre todo por la política de apaciguamiento, ya me entienden ustedes). Su querencia por regalar grandes titulares, lo que él cree que son memorables perlas dialécticas repletas de valores y simbolismo, le llevan a estos lamentables excesos verbales más achachables a una pretensión infantil por querer destacar que a una torpeza congénita inevitable.

Sin duda es algo que les pasa a muchos políticos, y prácticamente a todos los que llegan a dirigir naciones. Pero incluso los menos ocurrentes saben rodearse de profesionales que les escriben los discursos y les regalan inspiración y una dialéctica aseada a los políticos profesionales (es decir, amateurs en cualquier cosa de provecho). Para Zapatero, la tentación de soltar alguna frase grandilocuente en plena celebración del vigésimo aniversario de la caída del Muro, era sencillamente demasiado fuerte. No pudo evitarlo. En ese día, en cualquier sitio donde le hubieran puesto algún micrófono delante, hubiera dicho algo similar. Fue en Polonia. Ya es mala suerte. Quien escuche la rueda de prensa puede comprobar que la comparación de Zapatero no viene a cuento, es completamente extemporánea, innecesaria, una digresión en los temas que se trataban.

En definitiva, una persona embebida de sí misma y carente de la importancia y repercusión que cree tener. Aún no se ha dado cuenta de que fuera de España se le considera irrelevante. Y lo que es peor, no se ha dado cuenta de que esa irrelevancia es la mejor consideración que de él pueden tener.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

La corrupción no es un problema, sino un sistema.

En los últimos tiempos y gracias a la desinteresada labor de la policía, el juez Garzón, la prensa afecta al régimen, la Fiscalía General del Estado, la Guardia Civil, la Fiscalía Anticorrupción, ese prócer de la Verdad que es Rubalcaba y otros estandartes de la salud civil de la patria, se han destapado numerosos casos de corrupción del Partido Popular, a la sazón, principal partido (en número e implantación social, que no en actividad e ideas) de la oposición y única (así de deprimente es la realidad) alternativa de Gobierno.

Cabe decir que dichos casos de corrucpción tienen visos de resultar mucho más ciertos que otros, también del Partido Popular, que generaron detenciones de docenas de militantes y cargos públicos del mismo partido (detenciones casualmente televisadas muchas veces por las cadenas televisivas Cuatro y La Sexta, quienes tenían la enorme suerte de tener cámaras apostadas allí donde la policía iba a detener y exhibir esposados a los miembros del PP) y que a las pocas semanas se veían libres de toda culpa al sobreseerse el caso por falta de pruebas sólidas. También era casualidad, claro, que esas espectaculares detenciones acontecieran siempre en periodos preelectorales (o incluso en campañas electorales) o a la mañana siguiente de que una sentencia hubiera exculpado a algún miembro del PP de una acusación previa.

Esta oleada de podredumbre ha hecho que muchos -especialmente socialistas, ver para creer- se indignen por casos de financiación ilegal de un partido político, de amiguismos, de favoritismos, nepotismos... Es enternecedor poder dar la bienvenida -¡por fin!- a los socialistas a la trinchera de la indignación y el asco ante la corrupción de un partido político. Hombre, es cierto que les podía haber dado ese ataque de escrúpulos hace varios lustros, décadas incluso, y que de querer ser respetados en sus quejas, tendrían que atreverse a ser coherentes y reconocer que la corrupción del PP aún no le llega a las rodillas a la del felipismo o mismamente a los casos de condonación de 1200 millones de pesetas de la deuda del PSC por la Caixa, el tema del asalto a Endesa, Intermoney, la hija de Chaves, las cacerías naftalinosas de Garzón con el Ministro de lo
suyo, etc...




El caso es que en este mismo periodo, y gracias a la -insisto- desinteresada labor de de la policía, el juez Garzón, la prensa afecta al régimen, la Fiscalía General del Estado, la Guardia Civil, la Fiscalía Anticorrupción, ese prócer de la Verdad que es Rubalcaba y otros estandartes de la salud civil de la patria, se han tapado numerosos casos de corrupción del PSOE.

Como los que detentan el poder suelen ser tan mediocres como matones, suelen ejercerlo con chulería, se envalentonan y se les ve venir de lejos. Y claro, lo que han logrado es que el electorado del PP se dé cuenta de la jugarreta y han acabado inmnunizándolo contra los chorizos de su propio partido. Estamos en la peor situación posible: el electorado del PP ya es casi idéntico al del PSOE en cuanto a tragaderas respecto a la corrupción se refiere. Los políticos españoles tienen casi carta blanca con la corrupción. Esto es lo que hace que uno tenga que frotarse los ojos ante declaraciones como las de Chaves acusando al PP de tener la corrupción en su médula, que es algo así como si Madoff llama estafador a alguien que le acaba de endilgar el timo de la estampita (reconozco que mi comparación inicial era "es algo así como si Hitler acusa al Ku Klux Klan de racista", pero no quise caer en la extensa vulgaridad internetera de sacar a los nazis a relucir a la mínima ocasión... ¡ups, acabo de hacerlo!).

Como la corrucpión inherente al PSOE es imposible de tapar por completo incluso teniendo tantos medios de comunicación a su servicio, han decidido usar la Fiscalía como un gran ventilador y sale mierda por doquier... Eso ha hecho que la prensa, los humoristas, la ciudadanía, se quejen de la corrupción.

Craso error. El problema NO es que algunos o muchos políticos se corrompan. El problema real es que el sistema no puede mantenerse sin un enorme grado de corrupción intrínseca. Hemos ido elaborando un modo de proceder en el ámbito público que deja unos vacíos enormes a la discrecionalidad de las personas que toman decisiones. Las leyes siempre se han ido cambiando aumentando el poder de las administraciones y reduciendo el de los ciudadanos, lo que supone más poder para el político. El hecho de que la mediocridad del político sea fomentada y buscada por los partidos políticos hace el resto.

Es más, la única manera de que los delitos no sean generalizados ha sido recoger en la Ley actividades inmorales como legalmente aceptadas, así, la especulación sistemática de los ayuntamientos con el suelo, la financiación de los partidos, las ONG, el nombramiento discrecional de personal administrativo, las cuotas reservadas a grupos de presión, vulnerando el principio del mérito y de capacidad y desincentivando el esfuerzo pero incentivando "las relaciones" (es decir, el enchufe de toda la vida). No olvidemos que ese patrón de comportamiento en lo público acaba filtrándose por doquier en lo privado, y más en un país tan renuente a la iniciativa privada y tan ansioso de que nos lo arreglen todo.

Quejarse del político que se corrompe y no del sistema es algo así como quejarse del síntoma y no de la enfermedad que lo genera. Es como echarle la culpa a la fiebre y no a la infección, al dolor y no al hueso fracturado o a quien nos ha infectado con una vacuna errónea o nos ha roto el hueso con una maza. Las críticas que se están levantando contra la corrupción me parecen superficiales y carentes de sentido crítico realista. Suenan más a pataleta, a berrinche que durará hasta que haya otro tema más relevante (algún escándalo sexual de algún famoso, una eliminatoria atractiva en la Champions League) y que queda muy bien como pose, para presumir de censurar a los ladrones y de no estar de acuerdo con ellos (algo que en teoría debería darse por sentado en cualquier persona normal y honesta).