jueves, 24 de junio de 2010

Huelgas antisociales


Algún día prometo meterme a saco con el cochambroso concepto de "derechos sociales" implantado en nuestra sociedad, una aberración consistente en creer que la economía es un juego de suma cero y que por tanto la cooperación esencial en el capitalismo a través de intercambios fructíferos para las partes, es imposible y que para que uno gane, otro debe perder. Curioso que se critique al capitalismo como un sistema egoísta cuando es el socialismo quien impulsa a ganar derechos siempre a costa de otro, verdadera lacra del pensamiento dominante.

Por ahora me detengo en uno de las muchas manifestaciones de esta cochambre ideológica: las huelgas antisociales, es decir, aquéllas que perjudican a la sociedad, perpetradas por un sector de la población de ínfimo número pero con enorme capacidad para perjudicar a muchos.




Siempre que se anuncia tal o cual huelga, entre las supuestas causas hemos de soportar los topicazos acerca de que se pretende "defender derechos sociales y laborales", lo que suele suponer, como ya he dicho al principio, que otro con menos capacidad para perjudicar a la sociedad, aguante exigencias y sufrague los privilegios de unos pocos. Si esta cesión de unos en favor de otros no se produce, los huelguistas amenazan con perjudicar, legal o ilegalmente, al mayor número de personas, no sólo a la otra parte a quien se le exige su cesión, sino sobre todo a la sociedad que quede en medio, con la esperanza de que ésta presione para que las exigencias sean aceptadas sin discusión.

Los sindicatos, esos filántropos creadores de empleo, han anunciado una huelga en el Metro de Madrid para los 3 primeros días de la semana próxima. Para que nos vayamos concienciando los usuarios, ya han dicho que "es posible" que cumplan los servicios mínimos el primero de los días de huelga (porque son así de majetes y buenas personas) pero que de ninguna manera los cumplirán los otros dos días siguientes. Ale. Con dos co...

Por si eso fuera poco, desde que se ha puesto fecha a la huelga, el suburbano está padeciendo sospechosas incidencias en su funcionamiento. Vamos, sospechosísimas, como quedarse parado dos minutos en una estación con los andenes vacíos cuando ya no queda nadie por apearse o por subir de los vagones. O paradinhas en medio de los túneles. O una sensible ralentización de la velocidad en los trayectos. Claro que esa circunstancia puede ser causada por cuestiones del tráfico en otros puntos de la línea. Lo que mosquea es que esas incidencias, ocasionales casi siempre, sean sistemáticas y muchísimo más abundantes (en una proporción, según mi juicio de usuario de todos los días, de diez a uno) justo tras el anuncio de la huelga.

Más indicativo es que este procedimiento de huelga encubierta no tiene nada de nuevo. Llevo 7 años residiendo en Madrid y hay huelga del Metro todos los años, como mínimo una vez, y siempre hacen lo mismo. Singularmente virulenta fue la huelga (claramente política y electoral) de las elecciones autonómicas y municipales del 2007. Con la clara intención de coadyuvar a echar a Esperanza Aguirre de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, la huelga se concertó en plena campaña electoral (¿pero no eran inconstitucionales las huelgas políticas?). Pero es que la huelga encubierta duró semanas, con un efecto contraproducente para los próceres del sindicalismo vertical heredado por el PSOE de su gemelo ideológico, el franquismo. No había más que estar en un vagón de metro para escuchar a la gente despotricar contra los huelguistas. No sabría contabilizar cuántos votos le dieron a Aguirre con su irresponsabilidad sindical.

Ahora, padecemos lo mismo. Y como yo tengo un largo trayecto de mi casa al trabajo, pues un minutito aquí, un trayecto a velocidad de asno entre tal y cual parada, una larga pausa para visionar las humedades de los túneles aquí y allá, tengo que salir de mi casa con más de un cuarto de hora de antelación con respecto a mis horarios normales. Y de aquí a la huelga, sólo puede ir a peor. Y como no se les conceda lo que piden, seguiremos con este tipo de huelga encubierta semanas enteras. Y si yo llego tarde un día al trabajo, Metro no se responsabilizará, alegando que no ha habido incidencias declaradas y el sancionado seré yo.

Luego se gastarán nuestros impuestos en promocionar el transporte público para combatir el calentamiento global y se quejarán de la irresponsabilidad de aquéllos que viajan en coche yendo solos, obviando la comodidad que te otorga esa posibilidad frente a un servicio semipúblico donde se tolera, cuando no se promociona, la ineptitud laboral.

Hace dos años -coincidienco con la Navidad- hubo una huelga de los empleados de limpieza del Metro. Así que no pocos de ellos, decidieron ensuciar el metro a propósito, por ejemplo, volcando las papeleras repletas (usando para ello las acreditaciones que en función de su empleo tienen para acceder al Metro y a estancias sólo reservadas a empleados, pese a estar en huelga). Más lejos llegaron algunos saboteadores que vertieron aceite y demás sustancias resbaladizas en los tornos de acceso. Las imágenes de las cámaras de Metro mostrando las caídas de personas mayores apenas sirvieron para unas pocas leves sanciones. Puede apostarse que esta vez tampoco habrá sanciones o que de haberlas, serán irrisorias, sobre todo comparadas con el perjuicio causado a los usuarios.

Sinceramente, cada vez que sale uno de estos acomodados de los sindicatos hablando de la defensa de derechos sociales, es para echarse a temblar. Insisto en que el liberalismo es una lucha contra los privilegios injustos, entre muchas más cosas. Pocos privilegios son más contraproducentes para el interés social que el que se concede a estos grupúsculos nada representativos e inexplicablemente influyentes en nuestro tiempo.

lunes, 21 de junio de 2010

Tiempos de crisis, ¿tiempos de cambio?

"En tiempos revueltos, mejor no hacer mudanza", reza la sabiduría popular en uno de los asertos del interminable refranero español. Sin embargo, cuando el fracaso se instala como una costumbre insoslayable, es impresincidible plantearse las bases ideológicas que nos han llevado a una crisis que ya ha perdido el adjetivo de "cíclica" y que a todas luces tiene la característica de endémica y estructural.

En muchas entradas en este blog, he defendido la idea de que ha sido una gran desgracia para España que la crisis financiera internacional haya provocado el afloramiento definitivo de nuestros males autóctonos. Ha sido algo así como si una grave gripe ocultara los dolores producidos por una metástasis. Es lógico que el Gobierno haya querido echar la culpa a otros, dispersando responsabilidades en el contexto internacional o achacándoselas a figuras pretéritas que han logrado anatematizar en lo que Jung denominaba "el inconsciente colectivo" (preferiblemente, Bush y Aznar). Menos lógico y bastante más lamentable es que muchos que no defienden ni se sienten representados por este Gobierno hayan interiorizado la superficial explicación de que los dolores padecidos se deben a esa grave gripe de la que nos hemos contagiado como todos y no a nuestra enfermedad patria: estatismo socialista allá donde miremos, falta de formación a todos los niveles, impopularidad del esfuerzo y de la meritocracia y demonización de la competitividad y del libre mercado.

Pese a lo negro de la situación, creo reconocer algunos "brotes verdes", muy distintos a los que aparecen en las alucinaciones de la Ministra de Economía (recordemos que, junto al infame diario zapateril "Público", dijeron hace 15 meses que ya estábamos saliendo de la crisis).

Fíjense en este ideograma chino:

Ambas versiones se usan indistintamente para referirse a dos conceptos: CRISIS y OPORTUNIDAD.

Los que nos consideramos liberales llevamos ya varios años (unos pocos) y muchos años (otros pocos más veteranos) señalando como culpables de nuestro marasmo social, ideológico y económico, una serie de cuestiones. A saber: el solapamiento de los niveles administrativos, la renuncia al esfuerzo como base del éxito, la hipertrofia estatal, la inevitable apropiación del interés general por los politicastros, la corrupción como sistema político isntaurado e inapelable, la nula separación de poderes, los ataques sistemáticos contra el capitalismo, el socialismo como religión y creencia obligatoria de la sociedad, la doble moral contra las religiones autóctonas y a favor de las versiones más destructivas de las foráneas, la ambivalencia de los hechos según los lleven a cabo unos u otros, el gasto público desaforado, la falta de ideas y aún más falta de ideología, la ignorancia como requisito para una existencia sólo feliz en apariencia pero en realidad, indolente...

Y por ahí es por donde veo timidísimos brotes verdes: en las ideas. Ha tenido que llegar una crisis internacional que nos suma en una más grave pero nacional para que por fin se escuchen con una asiduidad aún escasa pero mucho mayor que nunca antes, voces criticando el Estado de las Autonomías. Incluso tenemos a un gobierno del PSOE que -aunque reconoce que obligado por otros- se atreve a hacer recortes impopulares. Son diminutos cambios, seguramente transitorios, pero que deberían ser aprovechados por los liberales para meter la cuña de un ideario sólido y sistemáticamente ignorado porque a los poderosos en España (grandes empresarios y sindicatos) no les interesa nada que huela a verdadero capitalismo, competencia, libre mercado e igualdad de oportunidades. Ambos sectores luchan entre sí, pero sólo para arrancarse privilegios legales el uno al otro. El liberalismo es, en esencia, una lucha contra los privilegios injustos. Por eso, nada hay más revolucionario que ser liberal.

La gente, cuando habla de cambio, habla de que un partido suceda a otro al frente del Gobierno. Eso, hoy en día en España, es un cambio apenas cosmético. Desechado el PP como verdadera alternativa ideológica al PSOE, el verdadero cambio es el que empieza por las ideas, las que manan de los individuos que ansían sentirse libres para algo más que pagar impuestos y votar cada 4 años a unas listas cerradas de unos partidos endogámicos y liberticidas.

Los brotes verdes no germinarán sin extenderse de la manera más complicada, pero también la más eficaz: el boca a boca, o el "cerebro a cerebro". Nuestra libertad está en juego. ¿Acaso no merece la pena dar batalla por ella? Sin ninguna duda, si seguimos haciendo lo que estamos haciendo, seguiremos consiguiendo lo que estamos consiguiendo: reducción de las libertades individuales, aumento del estatismo y la injerencia gubernamental en nuestras vidas.

Es hora de probar a hacer algo distinto. Es hora de cambiar, pero no de siglas políticas, sino de algo mucho más fructífero y poderoso: las ideas.

domingo, 6 de junio de 2010

Sobre el recorte del sueldo de los funcionarios

En la mayoría de blogs liberales se ha considerado el recorte salarial a los funcionarios como una medida justa y necesaria, aunque insuficiente y desde luego, muy tardía. En no pocas ocasiones la opinión va unida a la exposición de numerosos clichés contra los empleados públicos: vagos, enchufados, aprovechados, inmunes a los vaivenes laborales del resto de los mortales...

Es obvio que los funcionarios tienen mala prensa, pero viendo que es la salida laboral preferida de la mayoría de españoles en edad de trabajar, parece que sean tan mal vistos como envidiados. Si se les critica tanto como se anhela su estatus, ¿no se tratará más de envidia que de crítica constructiva?

En mi opinión, en muchas ocasiones se pretende dar a los políticos una patada usando el trasero de los funcionarios. Se ve en la masa funcionarial un ejemplo de la mala gestión y la corrupción política, olvidando cuestiones relevantes. Una de ellas, es que el estatus de no pocos funcionarios de carrera, ha sido logrado tras que éstos hayan invertido algunos de los mejores años de su vida en una preparación durísima y sin garantías de éxito, sin que se aminore el riesgo de que "un mal día" en un examen les arruine el trabajo de años. Otra cuestión, es que hay trabajos desempeñados por funcionarios que son esenciales en la sociedad y tienen una retribución por la que la mayoría no estaría dispuesto a desempeñarlos (atención a personas con distintos tipos y grados de minusvalías, lucha contra el crimen organizado...).

Yo no estoy en contra del recorte del sueldo a los funcionarios, si bien considero que podría haberse salvaguardado a aquéllos que tienen unas retribuciones más bajas. De lo que sí estoy convencido es de que habría posibilidad de ahorrar mucho más dinero en muchas más cosas antes de recortar esos sueldos: PER, radios y televisiones públicas, la miríada de Empresas Públicas, las fantasmagóricas Diputaciones Provinciales, el Plan E, la masiva propaganda institucional, las dietas de los políticos y altísimos funcionarios del Estado, el injusto y repulsivo sistema de Pensiones de sus Señorías diputados y senadores...

Para dar otro punto de vista, comparto aquí un email que me ha llegado que dice tener como autor a Gustavo Vidal Manzanares y que seguro que algunos ya conoceréis. No estoy de acuerdo con todo lo que dice, sólo con algunas cosas, pero considero apropiado aportar reflexiones diversas a una cuestión que quizá no es tan sencilla como la pintan muchos (liberales incluidos).
En 1956, Dolores Medio escribió “Funcionario público”, novela desgarrada donde se narran las penurias de Pablo Marín, funcionario atado a un sueldo mísero que malvivía en un cuartucho junto a su mujer. Tras las décadas siguientes de desarrollo, la figura del empleado público casi indigente, trasunto del cesante de novelón galdosiano, fue poco a poco hundiéndose en el olvido.

Pero en los últimos días, la cloaca política y mediática neoliberal ha babeado de placer ante los ecos de una posible congelación salarial a los funcionarios. Sin embargo, nada sería más injusto que pasar la factura de la crisis a este colectivo.


Así, en los momentos de hervor económico y ladrillazo, un encofrador podía duplicar el sueldo de un Técnico Superior de la Administración, y para conseguir que un albañil viniera a casa había, poco menos, que apuntarse en una lista de espera y cruzar los dedos.

Mientras los funcionarios perdían poder adquisitivo y realizaban malabarismos contables con el sueldo, miles de paletos de eructo, puti-club y caspa montaban una constructora y juntaban billetes de quinientos euros como cromos. Legiones de jóvenes abandonaban los estudios y dejaban sus libros escolares criando polvo mientras se pavoneaban en coches refulgentes… ¿los funcionarios? Unos “pringaos, hombre, unos “pringaos”… ¿para qué estudiar?, ¿para qué invertir?, ¿para qué innovar?... “España va bien”.


Y mientras tantos celebraban sus ganancias entre cubatas, risas, rayas de coca y “España va bien”, miles de hombres y mujeres habían inmolado sus mejores años junto a una taza de café cargado, un flexo y un temario de oposiciones. Con los codos clavados en una mesa, viendo la vida desfilar a través del claroscuro de un ventanal, a la espera del momento crucial y temible de los exámenes.


Pues bien, ahora resulta que, según los neoliberales, los efectos de aquellos excesos han de pagarlos los “privilegiados funcionarios”, precisamente el colectivo que apenas se benefició del auge económico y que, por supuesto, no provocó la crisis.
Según ese planteamiento no pidamos cuenta a las entidades bancarias que prestaron dinero sin las debidas garantías. No pensemos que las ganancias obscenas de la especulación acabaron en paraísos fiscales. No indaguemos en ayuntamientos y comunidades que dilapidaron millones encargando obras absurdas que enriquecieron a empresarios. No, no… todo esto que lo paguen los funcionarios. Sí, los funcionarios, aquellos “pringaos” durante los años del falso esplendor económico. Sí, el juez que sacrificó como poco cinco años en una oposición terrorífica (aparte de los cinco de carrera) para ganar menos que muchos fontaneros. Sí, los miles de opositores que hubieron de recurrir al Lexatín, el policía que se juega la vida por mil quinientos euros mensuales, el auxiliar que no gana más de novecientos… ¡resulta que estos han de pagar la crisis y son unos “privilegiados”!

Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor




"Avaratar", estreno en junio en todas las nóminas de funcionarios.