domingo, 28 de febrero de 2010

La crisis, el maniqueísmo y la especulación (III)

Para combatir la crisis financiera del 2008 y el 2009 y con la finalidad de evitar lo que se ha dado en denominar con el simpático nombre de "corridas bancarias" (sucesivas quiebras bancarias enlazadas como la caída de fichas de dominó, al modo ocurrido durante el "crack del 29") los Gobiernos perpetraron costosísimos planes de rescate financiero o "bail-outs" a cargo de fondos públicos.


Asimismo, al calor del aquelarre keynesiano y con la intención de estimular la demanda agregada, los gobernantes más torpes han disparado un ya de por sí desbocado déficit público alegando combatir el paro con medidas tan cosméticas y contraproducentes como el tristemente célebre Plan E español. De resultas de estas y otras medidas, el mercado de deuda pública se ha visto saturado por abrumadoras emisiones de bonos de deuda soberana. Los países que se reúnen en numerosos foros multilaterales buscando una solución conjunta a la crisis luego se ven obligados a competir en busca de una financiación imprescindible para seguir ejecutando planes que en la mayoría de los casos, si no agravan la recesión, sí dificultan la salida de ella.

Es aquí cuando el mercado, pese a las numerosas mordazas y grilletes impuestas desde el poder político, lleva a cabo una evaluación del producto "deuda pública" creando una serie de mecanismos e índices más o menos complejos. Uno de los índices más reveladores es el EMBI (EMERGING MARKETS BONDS INDEX) o "riesgo-país", que indica el riesgo de que un país entre en impago (default).

El funcionamiento es más sencillo de lo que puede parecer a primera vista: los Estados emiten deuda en forma de bonos, obligaciones de pago del nominal al final del periodo de vigencia del bono. Además, el comprador del bono recibe anualmente un rendimiento por parte del Estado. En España, estos bonos se llaman LETRAS DEL TESORO.

El EMBI (índice creado por JP Morgan en los noventa) hace un seguimiento de la evolución de los rendimientos de nuestras LETRAS DEL TESORO por las que los compradores reciben una tasa de interés anual. Si los compradores están muy interesados en nuestras Letras del Tesoro, significará que confían en que España podrá hacer frente a sus pagos a medio y largo plazo. De ser así, nuestras Letras del Tesoro no necesitarán ofrecer a los compradores un gran interés anual, porque la "marca España" será por sí suficientemente atractiva para vender el producto “deuda española”.


Pero si la confianza en que España afronte sus pagos se resquebraja, el Tesoro deberá ofrecer mayor interés anual a los compradores, para que prefieran comprar bonos españoles a los de otros países que se consideran más fiables. Así pues, a mayor sobretasa del interés anual, menor confianza de los mercados en el emisor del bono.


Esto carece de complejidad si tenemos en cuenta que toda inversión tiene dos elementos esenciales: retorno y riesgo. Si al comprar el producto A asumimos un mayor riesgo que adquiriendo el producto sustitutivo B, es porque esperamos mayor tasa de retorno al comprar A en vez de B.


Ahora bien, puede que el comprador de bonos del país X además quiera asegurarse el retorno del nominal incluso aunque el emisor del bono haya quebrado. Para ello, tiene la opción de contratar un seguro sobre el posible impago, pagando una prima anual que le permitirá, en caso de quiebra del emisor de la deuda, recuperar el nominal invertido en el bono. Estos seguros de impago reciben el nombre de CREDIT DEFAULT SWAPS (CDS) y como es lógico, son más caros cuanto mayor sea el riesgo de impago del producto que aseguran. A más posibilidades de quiebra del emisor de deuda, más cara es la prima por asegurar el nominal de esa deuda.

El funcionamiento de los CDS ha sido muy bien explicado por Eetión en esta didáctica entrada que recomiendo encarecidamente.


Así pues, la evolución de la prima (spread) cobrada por un CDS sobre el bono de un país nos da una idea de la opinión del mercado sobre los riesgos inherentes a dicho país. Es una señal aproximada por lo restringido del mercado de los CDS (pocos emisores y un mercado muy complejo y profesionalizado al que no suelen acceder más que inversores profesionales), pero como indicador de tendencias generalistas, cumple una importante labor informativa en el mercado de Deuda Pública.


Hay que tener en cuenta que el EMBI es un índice comparativo, así que necesita tener una referencia, esto es, un valor que se considere de riesgo cero y con el que comparar el resto de bonos. En nuestro entorno, ese valor es el bund alemán (unidad de deuda pública alemana) porque los inversores consideran que Alemania es el país con menos riesgo de impago (default). Este gráfico nos muestra la evolución temporal del spread de los CDS de diversos países.




Como podemos ver, Alemania tiene una valoración de riesgo por debajo de EE. UU. y Francia. En el gráfico se ve el auge correspondiente al estallido de la crisis financiera tras la quiebra de Lehman en otoño del 2008, el semestre de alto riesgo y la paulatina pero pronunciada bajada a partir de la primavera del 2009, así como el repunte desigual del último trimestre del año pasado e inicios del 2010.


Ahora bien, como en todo mercado que se precie, hay gente que no está para hacer amigos sino para ganar dinero (¡qué horror!). Los CDS son comerciables (de nuevo remito a la entrada de Eetión) lo que significa que algunos de sus compradores los usarán con fines especulativos.



Eso de ganar dinero usando mecanismos del mercado nunca ha sentado muy bien al socialismo (que prefiere ganar dinero usando mecanismos del Estado). Su cancerosa visión de la historia como eterna lucha de clases renuncia a la comprensión de aquello que pretende organizar y etiqueta a quien triunfa vendiendo a mayor precio del que compró como “especulador”.


La inmensa mayoría de los movimientos especulativos criticables no son por un exceso del mercado, sino precisamente por haber “menos mercado del deseable”, esto es, la acumulación de poder e información en pocas manos (generalmente manos gubernamentales o de lobbies bien relacionados con los Gobiernos). En mercados más flexibles (que no más anárquicos, aunque para el socialismo desregulación siempre es sinónimo de ley de la selva y desorden) la acumulación de poder e información por parte de sectores privilegiados sería mucho más difícil y las posibilidades de un colectivo de hacer vascular el mercado según sus intereses serían muchísimo menores.


Pero la crítica simplista del Gobierno de España contra los especuladores, además de la lógica intención de escurrir el bulto y echarle la culpa a otros (y a la supuesta maldad intrínseca del capitalismo), demuestra de nuevo la profunda ignorancia de la acción humana económica.


¿Quiénes son los especuladores? Sencillamente, personas físicas o jurídicas que tratan de maximizar su beneficio. La visión socialista de la economía como juego de suma cero conlleva la condena de las ganancias, pues siempre ve como necesaria la pérdida ruinosa de uno para que otro gane. El especulador actúa dentro del mercado comprando y vendiendo, pero su labor lejos de resultar semejante a la de un ave de rapiña es más similar a la de un bibliotecario que rastrea información y al actuar intentando maximizar su beneficio, también emite una valiosa información al mercado.



Sin embargo, la visión negativa de la especulación ha llegado hasta el diccionario, como vemos en la cuarta acepción del verbo especular recogido en el DRAE:

especular2.

(Del lat. speculāri).



4. intr. Efectuar operaciones comerciales o financieras, con la esperanza de obtener beneficios basados en las variaciones de los precios o de los cambios. U. m. en sent. peyor.


Vemos que se señala el uso frecuente en sentido peyorativo. El diccionario de la RAE es una foto fija del uso de los vocablos, por tanto fue primero la calle quien decidió otorgar la connotación negativa al verbo especular y a quien ejerce esa actividad. La mentalidad socialista nos rodea.


Si bien el hecho de efectuar operaciones con la esperanza de obtener beneficios debidos a las variaciones de precios y cambios, está muy lejos de ser una actividad ilegal o siquiera reprochable. Prácticamente todos hemos sido especuladores en algún momento. ¿Cuándo es realmente reprochable la especulación? Desde mi humilde punto de vista, cuando el especulador tiene la capacidad de modificar las circunstancias principales del mercado a su antojo sin que se deriven por ello responsabilidades que puedan afectarle, como por ejemplo han hecho los Estados mediante las devaluaciones, los “corralitos financieros”, la emisión alocada de deuda pública, la emisión masiva de moneda o la manipulación por los Bancos Centrales de los tipos de interés.



Un ejemplo claro de especulación indiscriminada lo tenemos en la fraudulenta financiación de los ayuntamientos españoles con su política de recalificaciones del suelo (uno de los mercados más intervenidos y curiosamente, más ineficientes y encarecidos). Pese al chorro de millones de euros que eso supone, casi todos los ayuntamientos arrastran una deuda colosal. ¿A esos especuladores se refieren los políticos de todos los partidos cuando alegan que el mercado debe de ser regulado asfixiantemente por los mismos poderes públicos que han hecho que más del 50% del precio inflado de la vivienda corresponda al suelo?


Contraponen el libre mercado a “lo social” (concepto nebuloso donde introducen lo que les interesa y que suele significar el subsidio eviterno de unos por otros que son obligados coercitivamente). Y lo peor es que incluso muchos que se dicen liberales asumen esa dialéctica de confrontación entre “lo social” y el mercado. No caigamos en la trampa: el gran invento social de la Humanidad, es el mercado.



“El mercado es una institución social; es la institución social por excelencia. Los fenómenos de mercado son fenómenos sociales. Son el resultado de la contribución activa de cada individuo, si bien son diferentes de cada una de tales contribuciones”.



Ludwig von Mises – “La acción humana”, 8ª edición, Unión Editorial, página 381.

martes, 23 de febrero de 2010

La crisis, el maniqueísmo y la especulación (II)

Como ya vimos, el Gobierno español supone el principal problema para la colocación de la deuda pública de nuestro país porque ni siquiera sabe hacer lo más fácil: ser coherente con sus propias declaraciones (¿cómo pedirles coherencia entre lo que dicen y lo que hacen?). Eso genera graves problemas de financiación del descomunal déficit público con el que supuestamente van a sacarnos de la crisis (según su religión keynesiana y ese milagro del efecto multiplicador).

Ante las dificultades, el electoralismo y cortoplacismo del PSOE busca una salida, no para España, sino para escurrir el bulto. Incapaces "genéticamente" de asumir responsabilidades cuando vienen mal dadas, la receta socialista es la de siempre: echarles la culpa a "los otros".

Antes de nada, cabe decir que la división del mundo en buenos y malos no es exclusiva del socialismo si bien esta doctrina la ha elevado a axioma gracias a las bases pretendidamente cientítificas del marxismo. Dividir la realidad en blanco y negro es una tendencia innata del ser humano, rastreable desde el surgimiento de las primeras culturas humanas. Se intenta simplificar una realidad compleja para hacerla más comprensible. Así se llega a la visión de que en grupos humanos con intereses distintos, estos son necesariamente incompatibles. La "mano invisible" que nos enseñó Adam Smith demostraba que esto no era así necesariamente.

Si la visión maniquea de la realidad (típica de la mayoría de las religiones) pudo ser beneficiosa en estadios culturales primigenios, es muy destructiva en la sociedad actual, compleja y con un milenario acervo cultural donde concurren multitud de factores muchos de ellos con siglos y siglos a sus espaldas. Esta complejidad es un poderoso argumento en contra de las revoluciones y a favor de la lenta evolución por decantación de las instituciones, leyes, usos y costumbres (conservadurismo) y un sólido impedimento contra la pretensión socialista de centralizar las decisiones sociales y económicas en un órgano omnipotente.

Por eso el socialismo se agarra a la visión maniquea de la sociedad: porque simplifica una realidad que no comprenden pero aspiran a controlar exhaustivamente y porque tras reducir el mundo a "buenos y malos" todos decimos que estamos en el grupo de "los buenos".



En esta trampa mental infantil hemos caído todos, también los liberales que con frecuencia denostamos por sistema a los socialistas. No basta con el denuesto igual de intenso y en sentido contrario al que ellos nos dedican, hay que ir a su territorio, ganarles en su propia dialéctica (pese a los peligros que entraña jugar con las reglas preestablecidas por ellos) y demostrar lo falaces de sus argumentos, lo irreales de sus premisas.



Ese maniqueísmo también les da la posibilidad de etiquetar a aquellos que no se comportan como ellos desean con el remoquete de "conspiradores". Los conspiradores son los partidos que se les oponen (aunque sea en la lucha por el poder, porque el PP realmente no se opone ideológicamente al socialismo sino que participa de él), los medios no afines y -ahora- los inversores en deuda pública.

A estos les han colgado la etiqueta de "especuladores". Por alguna razón que los no socialistas desconocemos, hay gente interesada en que a España le vaya mal aunque no tienen nada que ver con nuestro país. Son antiespañoles (pero sólo cuando gobierna el PSOE y no invierten como el PSOE quiere) pero parece que también son anti-griegos, anti-portugueses, anti-irlandeses, anti-italianos y anti-europeos. Lo último parece señalar, según la lógica progre (perdón por el oxímoron) que son parte de la derecha americana (ya saben, la de Bush y Aznar) y puede que haya algún poderoso lobby judío detrás. Esta gente quiere que España quiebre, que nos echen del euro, y por eso no compran nuestra deuda. Normal que en vez de emplear los servicios de inteligencia para desarticular de una vez a una banda de asesinos nacionalistas, se usen para cimentar la patraña de la conspiración financiera antiespañola (¿judeomasónica? Ah, no, masónica no, claro).

Zapatero dice además que es curioso que "los mercados que acudimos a salvar ahora nos pongan problemas", lo que demuestra lo poco que sabe del mercado y la visión mafiosa que tiene de los favores (o lo que él considera favores) y el empleo del dinero de los ciudadanos.

Sencillamente no le cabe en la cabeza más interés legítimo que el propio, no entiende que un inversor requiera una seguridad para sus inversiones y más en tiempos revueltos. El comportamiento que cualquiera de nosotros llevaría a cabo, para Zapatero es delictivo y antiespañol. Según él, lo patriota (si somos españoles) o lo decente (si somos extranjeros) es exponer nuestro dinero en deuda pública española cuando tenemos otras opciones más seguras y rentables a nuestro alcance.

Pero es que aún queda lo mejor: los especuladores, quiénes, por qué, de qué manera y con qué consecuencias.

domingo, 21 de febrero de 2010

La crisis, el maniqueísmo y la especulación (I)

Si usted quiere vender un producto y no obtiene los resultados deseados, una opción sensata es mejorar su producto y promocionarlo mejor. Menos lógico parece echarle la culpa a los compradores del producto, meterse con ellos, echarles en cara su falta de ética y moralidad y rozar el insulto. No, no estoy hablando del cine español (aunque muchos de sus integrantes también se comportan así), sino de nuestro Presidente y la deuda pública española.

El mercado de deuda pública, pese a estar intervenido como todos, no deja de responder a unas leyes básicas de mercado. Los estados presentan un producto -su deuda- que es valorado por los potenciales compradores. Igual que cuando compramos una barra de pan o un automóvil, los compradores evalúan las posibilidades de ver satisfechos sus intereses de la manera más rentable posible. Las evaluaciones más simples las realizamos de manera inmediata (escogemos una barra de pan en la panadería o supermercado según si nos gusta más crujiente o menos, por ejemplo) o bien ya las hicimos en el pasado y nos limitamos a convertirlas en rutina. Las evaluaciones más complejas (en el ejemplo, la compra de un coche) nos llevan mucho más tiempo, en ocasiones, meses de comparaciones y de recopilar información.

Los inversores en deuda pública atienden a las expectativas del emisor de esa deuda. Son profundamente objetivos, su ética es la de la rentabilidad propia y eso, lejos de ser un defecto, es una virtud. Buscan su interés legítimo: comprarán la deuda pública del país con mejores expectativas futuras. Este comportamiento es un poderoso incentivo al rigor financiero de las cuentas públicas de los países que quieren colocar su deuda. De no existir ese incentivo, ese interés legítimo de los inversores en deuda pública a comprar deuda de países saneados, los socialistas de todos los Gobiernos no tendrían ya ninguna traba a sus orgías de gasto público desaforado.







En la actualidad, el producto llamado "deuda pública española" tiene un hándicap promocional muy poderoso: el Presidente del Gobierno Español. Es curioso que la persona que debería ser la más interesada en la buena imagen de ese producto sea quien más hace para denigrarlo. Los mercados financieros hace ya mucho tiempo que dieron por descontada la ignorancia supina de Zapatero en materia económica, pero también creían que Solbes ejercería de "faja de seguridad" contra las decisiones del jefe del Gobierno español. Amortizado el ex-ministro de Economía y sustituido por la pretoriana Salgado, los inversores en deuda pública se preguntan hasta qué punto el equipo de técnicos del Ministerio de Economía puede contener las deletéreas decisiones de un presidente anclado tanto en su ignorancia como en su resentimiento.

Recientemente pudimos ver a la Ministra de Economía Elena Salgado y al secretario de Estado de Economía José Manuel Campa, promocionar la deuda pública española en la city londinense, asegurando la reducción del ciclópeo déficit público que nos hunde aún más en la crisis. Si ese anuncio tuvo algún efecto positivo en los inversores, se ha esfumado cuando menos de diez días después, también en Londres, Zapatero ha dicho exactamente lo contrario.

Y como cabía prever, ha tirado del manual del socialista caduco para justificar el desaguisado: la culpa es de los compradores de deuda pública, de los "clientes" potenciales del producto a vender, de los inversores.

¿Que usted no me compra lo que yo vendo? ¡Pues eso es que es usted una mala persona!

Es difícil hacer más el ridículo... pero lo conseguirá.

Para justificarse y como veremos en la próxima entrada, ha desempolvado las teorías conspiratorias sobre la maldad del capitalismo y a uno de los personajes más aparentemente odiados por los progres: el especulador.

martes, 2 de febrero de 2010

El socialismo, víctima de sus propios prejuicios

Tras la evidencia del fracaso de la centralización de la vida social y económica (ya no digamos política y jurídica) irrefutable tras el derrumbe del bloque socialista a finales de los ochenta y principios de los noventa, el socialismo padeció un aceleradísimo proceso de vaciamiento ideológico. El mismo era la consecuencia de un ardid inevitable para la supervivencia de las corrientes socialistas (disfrazadas de socialdemócratas porque no les quedaba más remedio) que consistía en imponer un lenguaje previamente cocinado en los fogones del apparatchik propagandístico progre.


Cierto es que eso ya lo llevaban haciendo desde Marx y Engels y de una manera mucho más organizada y eficaz, al menos desde la II Internacional. Pero mientras que en aquellos -afortunadamente lejanos- tiempos el objetivo era la sociedad del Partido Único, en nuestra época el objetivo es que el campo de juego de las democracias pluripartidistas esté minado para todo aquel que no sea socialista (que alguno habrá, digo yo, aunque cueste encontrarlo).


Y a fe que lo han conseguido. Incluso más allá de sus propias expectativas. Tanto que ahora hasta se les ha vuelto en contra el hecho de que la sociedad asuma consignas falsas o cuando menos discutibles como que “la izquierda defiende los derechos sociales” y que “la imposición de una edad máxima de jubilación obligatoria es una conquista social”.


Podemos verlo en el pésimo recibimiento que se ha dado al último globo sonda del Gobierno: la elevación de la edad de jubilación a los 67 años, de manera progresiva (curiosamente, la misma que fue propuesta por Greenspan a principios de los ochenta en los denostados EE. UU.). La reacción en prensa, radio, televisión, redes sociales y tertulias de café o corrillos del trabajo ha sido de protesta e indignación incluso entre los estamentos claramente afines al partido gobernante.



Siempre hay fanáticos que todo lo ven como mano de santo: los mismos que cuando el Gobierno perpetra sus políticas más radicales, le jalean por ser “muy de izquierdas”, cuando ese mismo gobierno toma medidas que según su propia mentalidad simplista, son “no tan de izquierdas” (como la liberación del sector del taxi o las nunca cumplidas propuestas de antes de las elecciones del 2004 de rebajar los impuestos a las empresas, o la elevación a 67 años de la edad de jubilación), este gobierno está demostrando “su moderación” y “cintura política”. Vamos, que si hacen una cosa, bien que sean socialistas y si hacen la contraria, bien que sean moderados y pragmáticos (con lo que ya asumen que ser socialista no es ser moderado).




Pero salvo esos votantes zombies e “intelectuales orgánicos” (estos últimos, generalmente plumillas y voceros infiltrados en la prensa afín) podemos detectar que la propuesta ha soliviantado incluso a muchos votantes socialistas, que gustosamente habrían puesto el grito en el séptimo cielo si la proposición hubiera salido de la boca bajo el bigote de Aznar y se quedan estupefactos de que algo que les parece “tan facha” lo proponga un Ministro de Zapatero (porque el Presidente se ha cuidado muy mucho de dar la cara, como acostumbra).

La sociedad está tan imbuida de los prejuicios socialistas que ni estos mismos pueden mover ligeramente el timón en un sentido distinto del que han logrado imprimir a golpe de la propaganda más eficaz (para lástima del progreso de la Humanidad) de los dos últimos siglos (si no más).



Porque seamos realistas: la aprobación de la propuesta en sí difícilmente salvará ya no nuestra economía ni a corto ni a largo plazo, sino que ni siquiera logrará apuntalar nuestro fraudulento sistema público de pensiones. Y sospecho que los que han lanzado la idea, lo saben. Pero el Gobierno se veía en la necesidad de fingir firmeza ante Bruselas ahora que Zapatero juega a ponerse las estrellas de la bandera europea a modo de corona de laurel, y ya están intentando rentabilizar la cuestión fardando de que proponen esa decisión “pese a la presión social en contra”.


No es descabellado que una medida tan a largo plazo sea claramente desechada por el PSOE (máxime viendo la reacción tan negativa de la sociedad) y sepultada en el cajón de las ocurrencias, todo cuando pase este semestre de publicidad europeo-presidencial. Y si hay que meterle mano a las pensiones con medidas impopulares, que lo haga el PP si es que gana las elecciones, como Aznar tuvo que congelarle el sueldo a los funcionarios y cortar el grifo de la obra pública para entrar en Maastricht. Si de eso de dejar herencias cojonudas, el PSOE sabe un montón.



Lo único medianamente positivo que podría salir del jaleo es la ampliación de la conciencia ciudadana de la insostenibilidad (ahora que está tan de moda la palabrita “sostenible”) de nuestro sistema de pensiones y lo pernicioso que para el mismo ha sido la demencial política de prejubilaciones que se ha llevado a cabo durante lustros. Si al menos el PP hubiera aprovechado para meter baza y mencionar cuatro verdades sobre el sistema público de pensiones, rescatando cuando conviniera la comparación con el exitoso sistema chileno, podríamos haber presenciado el comienzo de un debate serio, de esos que tanto echamos en falta.


Pero no. Todo el asunto se disolverá pronto y quedará como una breve tormenta en un vaso de agua, porque el PP cada vez es más socialista y no ha podido dejar pasar la oportunidad de ser demagogo y zurrarle al PSOE usando argumentos socialistas sobre la bondad de nuestro público y piramidal sistema de pensiones, algo así como “dicho sistema no es el problema, el problema es Zapatero y en cuanto se vaya, se arregla todo… incluso lo que lleva décadas mal diseñado”.

Y no, señores. Zapatero puede acelerar el advenimiento del desastre, incluso agravar este, pero el edificio de las pensiones públicas tiene unos cimientos movedizos de los que no tiene ninguna culpa Zapatero (sí su partido, como el PP) aunque sólo sea por su nula relevancia en los años en que ese edificio fue cimentado.


Así que ya saben, sin debate serio, olvídense de solucionar esa cruda realidad que dice que lo que cotizamos ahora sirve para pagar las pensiones actuales, pero no tenemos seguridad alguna de que en su momento podamos cobras las nuestras.




Por lo mismo, pero a una escala que en comparación es de tamaño minúsculo, a Madoff le llaman “el mayor estafador de la historia”.