lunes, 12 de enero de 2009

Aranceles: el hambre que causamos.

Uno de los padres del liberalismo económico fue Adam Smith. El escocés pupilo de David Hume sentó las bases de la economía clásica y llevó el análisis de la política económica a nuevas cotas que marcarían la senda de la ciencia económica durante todo el siglo XIX. Tuvo numerosos aciertos y también fallos clamorosos, como la consideración del valor por el trabajo acumulado, abriendo el camino a Karl Marx y su deletérea teoría de la plusvalía.

Pero uno de los aspectos del análisis smithiano más inexpugnable es el relativo a su estudio sobre las políticas arancelarias y el proteccionismo económico. Smith elaboró esta parte de su teoría en respuesta al paradigma económico de su época, aquél que años después sería definido como "mercantilismo". Durante su vigencia, los partidarios de dicha corriente de pensamiento no se autodefinían como mercantilistas, esa designación fue posterior.
Los juicios vertidos por Smith al respecto de las prácticas proteccionistas son las consecuencias ineludibles de sus premisas sobre la división del trabajo y la ventaja comparativa. Dichos argumentos son además una eficaz vacuna contra el nacionalismo económico, que siempre suele ser la consecuencia del ideológico aunque ambos se retroalimentan una vez se ponen en marcha. Es lamentable que más de dos siglos después de Smith, los países más desarrollados de la Tierra parezcan no haber aprendido nada.

Recientemente he tenido la ocasión de ver la película-documental "Nosotros alimentamos el mundo", la cual recomiendo a quien le interesen los temas de esta entrada. Como cabía esperar en una película de esta factura, existen diversos argumentos contra la globalización. Especialmente en lo que respecta a la introducción en el mercado de métodos de producción industrial que fomentan la producción masiva sobre la calidad. La película se olvida de analizar que ello es consecuencia lógica de dos cuestiones deseables: 1) el aumento de la población en el mundo. 2) El aumento generalizado de riqueza que hace que más individuos deseen un mayor número de productos alimentarios.

Pero la globalización es un proceso tan espontáneo que incluso en esta película encontramos argumentos en su favor (no sé si a propósito por los realizadores para dar cabida a ideas heterogéneas o bien no se han percatado de la "intromisión" de datos que pueden sostener visiones liberales del asunto). Se articula la película en torno a pequeñas historias que van de unos países a otros. En la referente a un pescador artesanal francés, vemos cómo la injerencia estatista de la Unión Europea interfiere en el mercado fomentando la pesca industrial y perjudicando la calidad del pescado arrebatado al mar. Todo un argumento en contra de la interferencia estatal, pese a quien le pese.


____________________________________No comment.

Pero más rotundo es cuando el Alto Comisionado de la ONU para el Derecho a la Alimentación indica que las subvenciones de la PAC (Política Agraria Común de la UE) logran que los tomates europeos se vendan en el mercado más importante de Senegal a precios menores que los tomates senegaleses. Como siempre, la fijación de precios de espaldas al mercado genera graves perjuicios a los agentes económicos (salvo a los privilegiados que se benefician de la injerencia. Y he ahí donde el liberalismo económico va detrás de la ética liberal: en el combate contra los privilegios personales). Lógicamente, el campesino senegalés (o de muchos otros países africanos) tiene la ambición de no morirse de hambre. Si logra que no le enrolen a la fuerza en algún ejército de algún sátrapa africano o en alguna milicia paramilitar, si no es un fanático religioso y aspira a vivir fuera de la pobreza y poder sacar de la misma a los suyos o fundar algún día una familia que viva en paz y del fruto de su propio trabajo (como vemos, ambiciones todas muy similares a las que tenemos en los países "desarrollados") nuestro laborioso campesino al que le impedimos vivir de su trabajo se verá obligado a emigrar.











Emprenderá un viaje infernal que le llevará meses sino años. Pondrá en varias ocasiones su vida en peligro y dilapidará sus escasos ahorros (si los tiene) en dicha aventura. Lo más probable es que se ponga en manos de alguna mafia de la que se convierta en deudor y que le obligue a delinquir para saldar la deuda. Todo ello sin garantía alguna de llegar vivo (ni muerto) a su destino. Acabará siendo un inmigrante ilegal que nos venderá DVDs en el top-manta (en el mejor de los casos) o picos de heroína introducidos por la misma mafia que le trajo a él. Puede que le den como alternativa enrolarse en diversas bandas de delincuentes contra la propiedad o las personas (generalmente, contra ambos). Él sólo quería vivir fuera de la miseria absoluta, pero nuestros aranceles le han condenado a una odisea de la que si sale vivo, puede que no vuelva a ver la vida con la ilusión que tuvo un día. Se verá en una sociedad donde muchos le recibirán con abierta hostilidad e incluso le culparán de delitos o de penurias económicas que nuestra sociedad ha generado sin ayuda de quienes vienen aquí a trabajar.


Pero los políticos que aprueban la PAC dilapidando más de la mitad del presupuesto comunitario, lograrán unos cuantos votos y se mostrarán muy ufanos de "defender a nuestros campesinos" e incluso nuestras tradiciones agrícolas. No se les ocurrirá gastar ese (nuestro) dinero en dar formación a esos campesinos para que puedan aprender a realizar labores que no necesiten ser subsidiadas porque se hacen mucho más baratas en otros países. No fomentarán la inversión en I+D+i o la renovación del capital industrial de muchos pequeños y medianos empresarios que trabajan con medios desfasados. Y mucho menos se les ocurrirá no recaudar ese dineral y dejar que nos los gastemos como queramos. Al fin y al cabo, ¿qué vamos a saber hacer nosotros con el dinero que producimos?







Warning! ¡La UE al rescate de nuestra agricultura!


Aquí es donde Adam Smith y su análisis del proteccionismo de corte mercantilista están de plena actualidad. Pero el escocés seguramente jamás pudo imaginar el daño brutal que a tantos países les producirían dichos aranceles. No sólo les condenamos al hambre y a la pobreza sino que les dejamos sin sus trabajadores, muchos de ellos la verdadera élite de sus sociedades, los que demuestran carácter emprendedor pero lo utilizan no para generar riqueza en sus tierras, sino para huir de ellas. Quizá Smith jamás pensó que los aranceles se convertirían en la mayor maquinaria de creación de hambre de la historia de la Humanidad porque tras la publicación de "La riqueza de las naciones" pensó que sería cuestión de tiempo que los países dejaran atrás el pensamiento económico que él criticaba y cuya falsedad demostró.

Quizá Adam Smith creyó en el progreso de la Humanidad mucho más de lo que la Humanidad ha demostrado merecerse.

1 comentario:

  1. Muchas gracias por tu comentario en mi blog. Pero sobre todo énhorabuena por este fenomenal análisis, certero, prciso, DESMITIFICADOR, azote de falacias, que acabas de publicar.

    Lo voy a recomendar a algunos amigos míos que últimamente tienden a rememorar el más radical de los keynesianismos.

    Fenomenal blog. Un cordial saludo.

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