viernes, 20 de noviembre de 2009

El "caso Alakrana" y el de Miguel Ángel Blanco: los principios están para algo.

A finales de la década pasada, la banda asesina e.t.a. secuestró a un concejal del PP de Ermua y le dio al Gobierno y a la sociedad española un macabro ultimatum: "O hacéis lo que digo o asesino al secuestrado; los responsables de la muerte seréis vosotros, no yo".

Apenas recuerdo voces sugiriendo que España se arrodillara y quienes lo decían lo hacían con la boca chica, reconociendo implícitamente lo miserable de su postura e intentando camuflarla, alegando que el proceso negociador siempre sería posterior a la liberación del secuestrado.

Poco más de una década después, la sociedad española ha cambiado. Como dijo Neruda, "nosotros, los de antes, ya no somos los mismos". Si hoy en día España se viera en una situación similar, lo que obligaría al Gobierno a no ceder no serían sus convicciones ni las de la sociedad gobernada, sino el precedente de aquel Gobierno Aznar, el contraste innegable entre un Gobierno y otro. Aquellos tristes días de julio solemos recordarlos con lástima, pena y rabia. Pero existe un poso de innegable orgullo cívico. Por lo que fuimos, no por lo que somos.

¿Qué nos ha pasado desde entonces? ¿Qué fuerzas corruptoras han operado en la sociedad española para que en apenas una década mucha gente considere la cesión ante el terror como un signo de salud democrática?

La podredumbre moral ha avanzado en la gestión de los asuntos públicos a una velocidad muy superior a la observable en cualquier otro ámbito. Los primeros signos vinieron de donde siempre, de los nacionalistas mal llamados "moderados", quienes si pueden motejarse de tal modo es sólo porque otros correligionarios asesinan con sus propias manos. El surgimiento del espíritu de Ermua alarmó al PNV, quien veía en la sólida figura de Mayor Oreja y en los jóvenes del PP emuladores del también asesinado Gregorio Ordóñez (especialmente Carlos Iturgáiz y María San Gil) una alternativa real de gobierno en el País Vasco.


Siempre en nuestra memoria.



Se planificó el "Pacto deEstella-Lizarra", que sustituyó al de Ajuria-Enea. Se sustituía un pacto de todos los demócratas contra los asesinos por otro de todos los nacionalistas (asesinos incluidos) contra los no nacionalistas. Entre los primeros, se contaba con el muy apreciable apoyo de los tontos útiles de los comunistas. De aquellos polvos vinieron los lodos del Plan Ibarretxe, que han empantanado el progreso social, democrático y económico de Euskadi durante dos lustros. El que ahora el lehendakari sea un socialista con evidentes tintes nacionalistas es un fracaso menor para los peneuvistas. Lograron parte de lo que querían: María San Gil e Iturgáiz están desaparecidos de la escena y Mayor Oreja exiliado a Bruselas. El PP vasco de ahora dista mucho de aquel partido conjuntado en torno a principios.

Las cosas empeoraron con la elección de un medrador profesional como Secretario General del PSOE en el año dos mil. El virus de "todos los nacionalistas contra los no nacionalistas" arraigó fuertemente en Cataluña, con salvedad de algunos enfrentamientos con CiU, pero el despegue de ERC obligó a CiU a radicalizar su independentismo. El PSOE cambió de bando y se amplió el pacto de Lizarra con el Pacto del Tinell. Del de Ajuria-Enea al Tinell, la diferencia es la siguiente:

De estar todos los demócratas contra los asesinos, se pasó a estar todos (asesinos incluidos) contra el PP. La traición socialista se había consumado.

La labor de oposición de Zapatero fue envileciendo y enmarañando los principios democráticos. Ante el atentado islamista contra la Casa de España en Casablanca, la reacción de Zapatero fue decir que "Aznar había puesto en la primera línea de fuego a los españoles con su política internacional". Por primera vez en la retomada democracia española, un líder de la oposición responsabilizaba a la política gubernamental de un atentado brutal. La solución de Zapatero era, lisa y llanamente, hacer lo que los asesinos querían: cambiar la política del país.

Con este mensaje, se pintó una diana en la frente de todos los españoles. Las conversaciones en Perpignan entre el líder etarra y el vicepresidente de Cataluña (que en funciones era Presidente en aquel momento) fueron minimizadas por el PSOE por motivos electoralistas. Después, la catástrofe sin precedentes: el 11-M, la artera y repugnante manipulación política por todos los bandos, la victoria del bando mediáticamente superior, la responsabilización al Gobierno de España de 192 asesinatos, la retirada inminente (y dudosamente legal, pues fue ordenada por un Ministro de Defensa que no había tomado posesión oficial de su cargo) de las tropas que realizaban labores humanitarias (que no de guerra, como sí hacen ahora en Afganistán) en Irak sencillamente porque eso era lo que se supone que querían los terroristas, la negociación con e.t.a. la calificación de atentados como accidentes (según Zapatero), la calificación de defensores y voceadores de los asesinos como "hombres de paz", la postración indisimulada a una filosofía utilitarista resumida en "si hacemos lo que nos piden, no nos matan, luego nosotros ganamos, no ellos", la afirmación de que en la lucha del Estado de Derecho contra el terrorismo "no puede haber vencedores ni vencidos", el ninguneo, desprecio, aislamiento y finalmente desactivación de los colectivos de víctimas del terrorismo, la oxidación de los mecanismos de control democráticos a la acción del Gobierno, la asunción como normal del conjunto de anormalidades que suponen el sometimiento de la Ley a la oportunidad política determinada por un Presidente ignorante y un partido sin principios pero con intereses de poder infinito, la aceptación por la oposición de la finiquitación de la poca separación de poderes que nos quedaba...

Ha sido una década espantosa. Somos una sociedad sin principios, derrotada y que va diciendo a quienes nos odian que con sólo presionarnos un poco, cederemos. Si el Estado no sirve para algo tan básico como proteger a nuestros barcos pesqueros, ¿para que nos sirve? ¿Cómo podríamos enfrentar, por ejemplo, una segunda Marcha Verde esta vez hacia Ceuta y Melilla si Marruecos decide presionarnos para evitar tratar sus problemas internos? Con contumaz eficacia se ha ido acostumbrando a los españoles a que ceder ante el asesino es no sólo recomendable sino loable. Cualquier ciudadano español en cualquier lugar conflictivo del mundo lleva en la frente un boleto ganador. El mayor rescate pagado a cualesquiera piratas somalíes es el "nuestro". Se ha pagado sin pensar demasiado en la invitación que supone a la extensión del pirateo. Cualquier país con barcos en la zona, vuelve a mirar a España igual de mal que cuando salimos corriendo de Irak. Pero ellos pueden estar más tranquilos que nosotros. Todos los piratas somalíes saben qué nacionalidad tienen los barcos más fáciles y rentables de secuestrar.

Al final, resulta que no todo es utilitarismo. Y que hay derrotas que son victorias a largo plazo y aparentes soluciones que son condenas. Al final, va a resultar que tener principios sirve para algo.

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