domingo, 7 de marzo de 2010

"La cinta blanca", cine de muchos quilates

Una de las ventajas de vivir en una ciudad como Madrid (por contraposición a mi recóndita patria chica, León) es tener la posibilidad de ver en la pantalla grande algunas producciones que rara vez o mejor dicho, nunca, se estrenan en los cines de capitales de provincia.
La ventaja es mayor si, como es mi caso, uno tiene la fortuna de vivir al lado de algunos cines que proyectan en versión original, por ejemplo, los cines Verdi de Madrid, uno de los bastiones del cine de calidad y en V.O. de la capital.

Hace unas semanas tuve la oportunidad de ver el filme de Michael Haneke, "La cinta blanca" y por falta de tiempo no he podido comentarla antes. Si la traigo aquí, los lectores ya podéis sospechar que es porque me ha gustado. Eso se queda corto. En realidad me parece una cinta extraordinaria. No me fío en absoluto de los premios del mundo del cine, como tampoco de los literarios, pero eso no quita para que en algunos casos, en ambos ámbitos haya premios muy bien dados. "La cinta blanca" ya tiene a sus espaldas una buena panoplia de reconocimientos en distintos festivales y de manera inminente competirá por el "Óscar" a la mejor película en habla no inglesa.


Haneke ha escogido un pueblo alemán en los meses previos al estallido de la Gran Guerra para envolvernos en una magistral recreación de la vida rural de Centroeuropa. El puzzle de relaciones interpersonales y sociales que se va desgranando proporciona un fresco detallado y preciso de un tipo de vida desterrado del continente hace décadas. El realizador austríaco demuestra haberse empapado de conocimientos sobre la vida cotidiana de la época, no porque nos sitúen en medio de un documental, al contrario, pone ese retrato al servicio de una narración plena de recursos visuales.




La película no es un thriller, pero tiene elementos del género, no es detectivesca, pero reúne algunos detalles de ese campo, ya hemos dicho que no es un documental, pero nos enseña un tipo de vida de un lugar y una época con un rigor y habilidad dignos de un ensayo visual muy documentado. En la inicialmente apacible aldea, somos testigos del equilibrio de poder, el noble como autoridad paternalista que a su vez es empleador del campesinado y motor económico de la zona, y el sacerdote protestante (en una interpretación enormedel actor Burghart Klaußner) como referencia moral y vigía de la comunidad.

Vemos la dura situación de los labradores que quizá años después prestaran oídos a la palabrería marxista de la lucha de clases y se entiende esa opción como única salida desesperada a una situación vital que hoy cuesta imaginar. Contemplamos el profundo peso de la culpa, individual y colectiva, que gravita sobre los personajes, pero también la facilidad con la que se pasa página ante los primeros acontecimientos extraños que indican la presencia de algo terrible en el pueblo. La comunidad se une ante la segunda oleada de actos violentos, pensando tanto en su seguridad individual como en la necesidad de demostrar al "patrón" que no son ellos la amenaza.

La película se ensambla a través de una narración visualmente mayúscula, descarnada en su sencillez y bella por esa misma simplicidad. El uso que Haneke hace del plano fijo me parece inmejorable y la morosidad de muchas escenas y secuencias, perfecta para transmitir esa sensación de inquietante quietud (válgame el oxímoron) del discurrir de unas vidas enclaustradas y limitadas mucho más por las asfixiantes normas de diversa índole que por las limitaciones físicas. Los primeros planos son siempre acertados, escasos y rotundos, algunos brutales. El director expone la violencia con mucha menos cantidad y muchísima más calidad y eficacia de la que nos acostumbra el cine convencional actual.

A la salida del cine, escuché numerosas quejas de los espectadores por el hecho de que la narración no fura concluyente. No podía serlo. La vida real no suele serlo, nunca hay un "hecho final" salvo la muerte individual, pero además, no era una conclusión lo que buscaba el autor, quien por cierto, ya avisa al principio de la película a través del narrador de la cierta inconclusión del relato. Es precisamente esa voz narradora la única que me plantea dudas en la película, puesto que somos testigos de hechos que el narrador no ha podido conocer (sólo queda la opción de un conocimiento posterior al final de la película, lo que no es disparatado pues el narrador nos habla pasados años de los hechos narrados).

Hay, no obstante esa supuesta inconclusión criticada por algunos espectadores, pistas considerables, como cuando una de las víctimas es encontrada junto a un papel con la leyenda "Porque yo soy un Dios celoso, que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación" extracto el libro del Éxodo,20:5, que delata la cultura bíblica del perpetrador... ¿o no?


El propio Haneke ha mencionado su interés por la generación de alemanes que fueron niños con la Gran Guerra y luego adultos con el auge del nazismo.





El inflexible ejercicio de la autoridad moral por parte de los guardianes (celosos, como en el versículo citado) de la comunidad adquiere un profundo significado en una sociedad tan tradicionalmente fiel a las jerarquías como la alemana. Durante la II GM, la pugna continua del partido nazi y las SS primero por disolver las Reichswehr (fuerzas armadas alemanas) y luego por controlar a su sucesora la Wehrmacht se encuadra en ese paroxismo nazi del culto al líder. Muchos se han preguntado cómo es posible que el nazismo fuera factible en el pueblo más culto de Europa. Algunos historiadores han señalado la proverbial obediencia del pueblo alemán a la figura del líder. Hay quienes indican que eso vendría desde antes del Imperio Romano, donde la fidelidad era personal y no tribal. Quizá sea una exageración. No obstante, cuando algunos altos mandos alemanes fueron consciente de que Hitler les llevaba al abismo y se empezó a susurrar la posibilidad de engendrar un complot para matarlo, retumbó aquella frase de Erich von Manstein: "Los mariscales de campo prusianos no se amotinan”.

Es esa visión prusiana e irreductible de la fidelidad personal, del respeto a la jerarquía, de la asfixiante disciplina moral (la más férrea de las disciplinas, pues persigue al individuo en su propia conciencia) la que es magistralmente dibujada pr Haneke al mostrar los efectos de la culpabilidad en algunos personajes y la sumisión con la que la mayoría aceptan el devenir de los acontecimientos. Tal camisa de fuerza para las conciencias, o bien revienta por algún lado o bien es abono para el fanatismo, para que los individuos compitan en demostrar quiénes son los que más se avienen a esa disciplina. La cinta blanca que señala la pureza puede ser la más impenetrable venda que ciegue los ojos. No hay fanático que no se vea a sí mismo como un seguidor de la idea salvadora en estado puro.

Es en este sentido por donde yo he creído ver la reflexión sobre la historia alemana (y por extensión, de muchos otros países). No supone buscar en la religiosidad (protestante o de cualquier otro culto) el germen del desastre, sino en ver cómo las señas de identidad de una sociedad pueden desfigurarse bajo determinados parámetros, haciendo de aquello que se supone que nos protege, un semillero de pesadillas.

En definitiva, una película con sabor a clásico, visualmente impecable e intelectualmente inquietante; cine de muchos quilates.

1 comentario:

  1. A mí me conmivió también esta película. De hecho le dediqué una entrada en mi blog hace poco más de un mes.

    (Tengo como costumbre las sesiones nocturnas de los Verdi, entre otras salas... ventajas, como dices, de vivir en Madrid).

    Por lo demás, enhorabuena por el análisis preciso que realizas sobre la idea del guardián y su relación coercitiva sobre el cuerpo social que es objeto de su guía y de su vigilancia.

    Saludos.

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