Ayer era la jornada de duelo. Hoy ya me permito opinar sobre los terribles acontecimientos del 11 de marzo del 2004. No, no me voy a meter en berenjenales sobre la autoría de los atentados. Hay terabytes de información en la blogosfera para quien quiera defender o desmentir la putrefacta, mutante y parcial "versión oficial". Lo mismo para quien pretenda erosionar o enarbolar la multitud de teorías "alternativas", la mayoría de las cuales mezclan en muy diversos porcentajes la "conspiranoia" y la sana crítica, racional y constructiva. Entre las que prevalece el primer elemento encontramos algunas realmente alucinógenas; entre las que prevalece el segundo, algunas (muy pocas) han servido para acercarnos a retales de verdad o al menos para derruir algunos ladrillos de la mentira, llegando incluso a forzar cambios en la versión oficial.
Pero me temo que mi opinión es mucho menos interesante que estas labores de reconstrucción de los hechos previos, simultáneos y posteriores a los atentados y directamente relacionados con la comisión y ocultación del delito.
Me voy a centrar en la salud democrática de mi país. "¿Y quién coj**** te crees para analizar algo tan relevante?" dirá alguno, no falto de razón. No me creo nadie, por eso lo publico en mi blog y cualquiera puede entrar a rebatir, insultar o ridiculizar. Me da igual si mi opinión no es leída por nadie o si es escupida a un viento que me la devolverá en la cara.
Muchas veces hemos leído y escuchado críticas sobre la repugnante actuación de los políticos desde el momento en el que estallaron las bombas. Es manida la opinión de que la "clase política" no estuvo a la altura, que todos pecaron de oportunismo (pero unos obtuvieron muchos más frutos del "pecado" que otros) y demostraron su absoluta bajeza moral e incapacidad ética para seguir ocupando o pasar a ocupar las más altas magistraturas del Estado. Estoy de acuerdo. Pero mencionar la baja estofa de nuestros politicastros me parece contar sólo una mitad, ver la realidad con un ojo tapado.
Sin duda considero que en España hace falta muchísima más libertad en todos los ámbitos, pero, ¿acaso no puedo comprar el periódico que quiera? Pese a la mayoría absoluta de medios "progre-nacionalistas", ¿acaso no puedo encontrar otras opiniones e ir formando la mía mediante el sano hábito del contraste? ¿Realmente estamos tan atrapados a un sistema de pensamiento único o es que lo aceptamos para ahorrarnos la incomodidad de ejercer el pensamiento crítico?
No. Por impopular que sea esta opinión, lo que nos pasó es en parte responsabilidad de todos y cada uno de los ciudadanos.
El hecho de que a un candidato a la Presidencia le saliera gratis (o le diera frutos) poner una diana sobre las espaldas del pueblo español al acusar al Presidente en curso de haber puesto a España en el punto de mira del "terrorismo internacional" (eufemismo progre de "terrorismo yihadista") es culpa de una ciudadanía idiotizada.
El que los españoles acepten sumisamente que nuestra política internacional sea decidida por las posibilidades de agresión de una organización terrorista, es una muestra de insufrible cobardía, no de los políticos, sino de quienes les votan y les pagan.
El que ante la agresión la respuesta sea una general y vacua alusión a la paz y no a la Justicia (aunque esta suponga mandar al ejército a combatir allí de donde se supone que han salido las órdenes de asesinar civiles españoles) supone la derrota moral (siempre el preludio de cualesquiera otras derrotas) de la sociedad agredida.
El que se jalee el giro de 180 grados en la política internacional, recibiendo a nuestro ejército con las banderas de un partido político encaramado al poder gracias al uso y abuso de la situación creada por la masacre, supone la demolición de cualquier visión política de Estado que sea común a los dos grandes partidos. Y la aceptación y celebración de esa ruptura es culpa nuestra. Nuestra, de los paganos de los sueldos de los políticos, no de ellos.
El que se mire hacia otro lado cuando empiezan a salir (y no paran de hacerlo durante años) graves indicios primero y pruebas después de la repulsiva manipulación de la investigación de la masacre, esa pereza mental que dice "oiga, no investigue usted esto que total, no puede salir nada bueno, mejor nos quedamos como estamos que saber verdades incómodas" es una asquerosa y pestilente demostración de la podredumbre (¿"progredumbre"?) intelectual enquistada en MILLONES Y MILLONES de españolitos de a pie que con hipoteca y fútbol ya se sienten libres y cuando se quejan no piden más libertad, sino subvenciones y subsidios.
El que la gente se crea que en un crimen cualquiera (no digamos ya en uno tan grave) da igual cuál sea el arma homicida porque al fin y al cabo el resultado es el mismo (cualquiera que haya visto un capítulo de la popular serie CSI o haya leído una novela de Ágatha Christie, sabe lo imprescindible que resulta identificar el arma del crimen), es una demostración de estupidez supina por parte de un colectivo adormilado.
Los políticos no son más que un reflejo de nuestra sociedad. Sé que es mucho más popular decir que Hitler hipnotizó a los alemanes y que Franco sojuzgó a los españoles. Es sólo una media verdad. Ambos contaban con fuertes estamentos sociales y millones de personas a favor. Muchas de ellas lo hacían por ideología, muchas más, por inercia, por sentirse parte de un movimiento. Muchas otras, por no sentirse en contra de la corriente. De todas ellas, estas últimas son las más numerosas y en cierto modo, las intelectualmente más despreciables. Hacen de su opinión un papel en blanco que diariamente les es rellenado por el periódico de turno, el periodista vendido, el vocinglero radiofónico o el pseudo-intelectual con injustificado complejo de superioridad. Y por el régimen, claro.
Y "el régimen" es algo mucho más complejo que un partido ganando las elecciones, es un mecanismo con multitud de interconexiones y sinergias, muchas de ellas (las más importantes) son desconodidas por la mayoría de la población.
Y si algo nos ha demostrado el 11-M es el hecho innegable de que un partido puede estar en el Gobierno sin estar en "el Poder", y viceversa. Pero esa situación suele ser transitoria y pronto quien detenta el Poder ocupa el Gobierno, reforzando así al primero y haciendo un instrumento del segundo.
Los políticos son hábiles lectores de las pulsiones viscerales de los pueblos. Las traducen en palabrería, analizan los odios, miden su rentabilidad y los amonedan con precisión para comerciar con ellos. Cuanto más irracional sea un pueblo, más fanáticos e ignorantes serán sus políticos. Cuanto más iletrada sea la opinión pública, más posibilidades de que los políticos sean onagros incompententes. Cuanta más abyección haya repartida entre la ciudadanía, mayores felonías perpetrarán quienes detenten los enormes poderes del Estado.
La historia suele hablarnos de los grandes nombres (que no hombres, salvo rara ocasión) que llevaron a las sociedades a hecatombes concretas. Es comúnmente aceptada esa visión de la locura o fanatismo de un líder que acaba condenando a su pueblo al desastre. Yo creo que esto rara vez ha pasado y que la responsabilidad no suele ir de arriba a abajo en la pirámide del poder, sino que se entrecruzan responsabilidades en múltiples direcciones.
Pienso que generalmente el líder es una figura que multiplica lo que extrae del pueblo, un espejo cóncavo que concentra en su centro lo que recoge del ambiente del que surge y que si triúnfa es gracias a la capacidad de representar esa suma de sentimientos del pueblo, tiene éxito si se convierte en un efecto multiplicador de aquello que tiende a representar.
Los españoles, ante la tragedia, pudimos pararles los pies a nuestros políticos. No lo hicimos. La mayoría de los ciudadanos escogió el odio o la inacción.
Tenemos lo que nos merecemos.
Pocas dudas
Hace 1 día
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