lunes, 23 de febrero de 2009

La dimisión electoral de Bermejo.

Acaba de dimitir el que sin duda merece ser etiquetado como el peor Ministro de Justicia de la reciente democracia española.

Muchos son los "méritos" de Bermejo para semejante honor. Para empezar, su forofismo socialista le convertía en un hooligan mucho más preocupado de insultar al discrepante que de entablar relaciones de respeto mutuo entre el poder ejecutivo y el judicial. Y es que, como buen socialista, nunca creyó en eso de la división de Poderes.

Desde las asociaciones de fiscales ya fue reconocido como el fiscal más partidista de toda la Fiscalía. Fue este rasgo lo que hizo que Zapatero le viera como el hombre idóneo para el sesgo extremista que quería imprimir a su Gobierno. Ya desde dentro de la Fiscalía, las actuaciones de Bermejo ya respondían claramente a lo que podemos denominar como "labores de infiltración" del PSOE en el Poder Judicial. Si no creía en la separación de Poderes siendo fiscal, ¿cómo iba a creer en ella siendo Ministro?

Fue nombrado para forzar una remodelación del Poder Judicial a la que el PP logró resistirse poniendo sus esperanzas en las elecciones del 2008, pero que tras el fracaso electoral, ha resultado inexorable.


Fue nombrado para poner "firmes" a los jueces y fiscales, para promocionar a los puestos decisivos a aquellos magistrados fieles al PSOE, para que el virus socialista en el Poder Judicial no fuera una opción, sino una obligación, en definitiva, para capitanear el Partido Socialista Judicial. Y a fe que se aplicó a su labor con todas sus fuerzas. Junto con Rubalcaba trataba de taponar las fugas que hubiera por el proceso del 11-M (con éxito, por cierto) y junto a los medios pro-socialistas escenificaba redadas policiales contra miembros del Partido Popular (curiosamente, casi siempre en periodos electorales). Esas filtraciones imprescindibles para que hubiera cámaras y micrófonos en redadas en Mallorca, Murcia, Valencia y multiplicar la repercusión de las detenciones (aunque luego los acusados salieran libres sin cargos a los pocos meses) no han cesado y su último capítulo es la filtración de su dimisión, precisamente a La Sexta, la cadena amiga de Zapatero.

Pero si la labor de fondo de Bermejo era claramente antidemocrática y partidista, no menos repulsivas han sido sus formas. Siempre con la ofensa en la boca, ha llegado a componer versos (sin calidad poética alguna) para insultar al PP, se ha chuleado en el Parlamento como un matón de patio de colegio y ha soltado idioteces preñadas de odio como aquella de "Antes luchamos contra los padres y ahora nos toca luchar contra los hijos". No es una mera bravata, sino el resumen de la concepción guerracivilista de este individuo canceroso para nuestra Democracia. Un socialista-ultra más, que divide el país en "buenos" (ellos) y "malos" (todos los que no decimos "Amén" a su jefe o a él mismo).

Contra toda lógica, Zapatero lo ha mantenido en el cargo con las graves consecuencias para nuestra Justicia que todos sabemos. Al parecer le prometió que sería ministro durante cinco años, ya que Bermejo era reacio a aceptar el cargo faltando tan sólo un año para las elecciones. Desgraciadamente, Zapatero escoge cumplir algunas pocas promesas para presumir de ser un hombre de palabra, pero justo suele escoger las más dañinas para España.

La dimisión de Bermejo no hay que buscarla tanto en su labor de fondo como en sus errores estéticos y en la oportunidad que el PSOE quiere aprovechar para convertir en votos gallegos y vascos una supuesta imagen de ética gubernamental. Si no hubiera elecciones en 6 días, tendríamos Bermejo para rato.



No obstante, su marcha es una buena noticia, pero no creo que haya que tener esperanza. El PSOE no renunciará a su agenda de convertir el Poder Judicial en otro anexo, otro tentáculo de obediencia ciega a sus fines. El siguiente ocupante de la cartera de Justicia tendrá los mismos objetivos, que son los del Presidente del Gobierno. Sólo cabe esperar que procurará desempeñar tan venenosa función con menos excesos dialécticos y estéticos, es decir, "disimulando", apelando al diálogo precisamente para ocultar sus intenciones de imponer y segregar a los disidentes para convertirlos en culpables, en opositores al "progreso" y al "consenso".

Bermejo se va; su jefe rentabilizará su marcha para poder seguir haciendo lo mismo.

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