martes, 2 de febrero de 2010

El socialismo, víctima de sus propios prejuicios

Tras la evidencia del fracaso de la centralización de la vida social y económica (ya no digamos política y jurídica) irrefutable tras el derrumbe del bloque socialista a finales de los ochenta y principios de los noventa, el socialismo padeció un aceleradísimo proceso de vaciamiento ideológico. El mismo era la consecuencia de un ardid inevitable para la supervivencia de las corrientes socialistas (disfrazadas de socialdemócratas porque no les quedaba más remedio) que consistía en imponer un lenguaje previamente cocinado en los fogones del apparatchik propagandístico progre.


Cierto es que eso ya lo llevaban haciendo desde Marx y Engels y de una manera mucho más organizada y eficaz, al menos desde la II Internacional. Pero mientras que en aquellos -afortunadamente lejanos- tiempos el objetivo era la sociedad del Partido Único, en nuestra época el objetivo es que el campo de juego de las democracias pluripartidistas esté minado para todo aquel que no sea socialista (que alguno habrá, digo yo, aunque cueste encontrarlo).


Y a fe que lo han conseguido. Incluso más allá de sus propias expectativas. Tanto que ahora hasta se les ha vuelto en contra el hecho de que la sociedad asuma consignas falsas o cuando menos discutibles como que “la izquierda defiende los derechos sociales” y que “la imposición de una edad máxima de jubilación obligatoria es una conquista social”.


Podemos verlo en el pésimo recibimiento que se ha dado al último globo sonda del Gobierno: la elevación de la edad de jubilación a los 67 años, de manera progresiva (curiosamente, la misma que fue propuesta por Greenspan a principios de los ochenta en los denostados EE. UU.). La reacción en prensa, radio, televisión, redes sociales y tertulias de café o corrillos del trabajo ha sido de protesta e indignación incluso entre los estamentos claramente afines al partido gobernante.



Siempre hay fanáticos que todo lo ven como mano de santo: los mismos que cuando el Gobierno perpetra sus políticas más radicales, le jalean por ser “muy de izquierdas”, cuando ese mismo gobierno toma medidas que según su propia mentalidad simplista, son “no tan de izquierdas” (como la liberación del sector del taxi o las nunca cumplidas propuestas de antes de las elecciones del 2004 de rebajar los impuestos a las empresas, o la elevación a 67 años de la edad de jubilación), este gobierno está demostrando “su moderación” y “cintura política”. Vamos, que si hacen una cosa, bien que sean socialistas y si hacen la contraria, bien que sean moderados y pragmáticos (con lo que ya asumen que ser socialista no es ser moderado).




Pero salvo esos votantes zombies e “intelectuales orgánicos” (estos últimos, generalmente plumillas y voceros infiltrados en la prensa afín) podemos detectar que la propuesta ha soliviantado incluso a muchos votantes socialistas, que gustosamente habrían puesto el grito en el séptimo cielo si la proposición hubiera salido de la boca bajo el bigote de Aznar y se quedan estupefactos de que algo que les parece “tan facha” lo proponga un Ministro de Zapatero (porque el Presidente se ha cuidado muy mucho de dar la cara, como acostumbra).

La sociedad está tan imbuida de los prejuicios socialistas que ni estos mismos pueden mover ligeramente el timón en un sentido distinto del que han logrado imprimir a golpe de la propaganda más eficaz (para lástima del progreso de la Humanidad) de los dos últimos siglos (si no más).



Porque seamos realistas: la aprobación de la propuesta en sí difícilmente salvará ya no nuestra economía ni a corto ni a largo plazo, sino que ni siquiera logrará apuntalar nuestro fraudulento sistema público de pensiones. Y sospecho que los que han lanzado la idea, lo saben. Pero el Gobierno se veía en la necesidad de fingir firmeza ante Bruselas ahora que Zapatero juega a ponerse las estrellas de la bandera europea a modo de corona de laurel, y ya están intentando rentabilizar la cuestión fardando de que proponen esa decisión “pese a la presión social en contra”.


No es descabellado que una medida tan a largo plazo sea claramente desechada por el PSOE (máxime viendo la reacción tan negativa de la sociedad) y sepultada en el cajón de las ocurrencias, todo cuando pase este semestre de publicidad europeo-presidencial. Y si hay que meterle mano a las pensiones con medidas impopulares, que lo haga el PP si es que gana las elecciones, como Aznar tuvo que congelarle el sueldo a los funcionarios y cortar el grifo de la obra pública para entrar en Maastricht. Si de eso de dejar herencias cojonudas, el PSOE sabe un montón.



Lo único medianamente positivo que podría salir del jaleo es la ampliación de la conciencia ciudadana de la insostenibilidad (ahora que está tan de moda la palabrita “sostenible”) de nuestro sistema de pensiones y lo pernicioso que para el mismo ha sido la demencial política de prejubilaciones que se ha llevado a cabo durante lustros. Si al menos el PP hubiera aprovechado para meter baza y mencionar cuatro verdades sobre el sistema público de pensiones, rescatando cuando conviniera la comparación con el exitoso sistema chileno, podríamos haber presenciado el comienzo de un debate serio, de esos que tanto echamos en falta.


Pero no. Todo el asunto se disolverá pronto y quedará como una breve tormenta en un vaso de agua, porque el PP cada vez es más socialista y no ha podido dejar pasar la oportunidad de ser demagogo y zurrarle al PSOE usando argumentos socialistas sobre la bondad de nuestro público y piramidal sistema de pensiones, algo así como “dicho sistema no es el problema, el problema es Zapatero y en cuanto se vaya, se arregla todo… incluso lo que lleva décadas mal diseñado”.

Y no, señores. Zapatero puede acelerar el advenimiento del desastre, incluso agravar este, pero el edificio de las pensiones públicas tiene unos cimientos movedizos de los que no tiene ninguna culpa Zapatero (sí su partido, como el PP) aunque sólo sea por su nula relevancia en los años en que ese edificio fue cimentado.


Así que ya saben, sin debate serio, olvídense de solucionar esa cruda realidad que dice que lo que cotizamos ahora sirve para pagar las pensiones actuales, pero no tenemos seguridad alguna de que en su momento podamos cobras las nuestras.




Por lo mismo, pero a una escala que en comparación es de tamaño minúsculo, a Madoff le llaman “el mayor estafador de la historia”.

4 comentarios:

  1. Lo de la liberalización más que polémica del sector del taxi a manos del gobierno ZP es algo que ciertamente debería chirriar bastante a todos esos que no dejan de meterse, entre otros, con Esperanza Aguirre a cuento de la privatización de hospitales y demás...Lo que tú dices. Si lo hace ZP va a misa, por muy anticlericales que sean.

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  2. Hola, Kike, gracias por pasarte por aquí. :)

    Sobre lo que dices, realmente es curiosísimo. Un ejemplo más lo tenemos en las tropas enviadas por el PSOE, que son "en misiones de paz" aunque estén en conflictos bélicos. Se llega a negar el distintivo rojo en la Medalla al Mérito Militar a los soldados asesinados allí porque ese distintivo se reserva a los que están en zonas de guerra. Se secuestra un honor póstumo sólo para que lo que dice un politicastro no quede en evidencia, como si con ese detalle burdo y obsceno pudieran cambiar la realidad.

    Un asco.

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  3. La verdad, Carlos, que esta mentalidad progre que nos envuelve es desmoralizante. Es tan hueca, tan vacia y hace tanto daño...

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  4. He escrito sobre este tema el dia 1 de febrero en http://hombredeapie.wordpress.com/ con un poco de humor
    Seguire el blog

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