Hogaño, la clase media es el grupo social más numeroso en las sociedades occidentales. Pero repasando la Historia comprobamos que el surgimiento de las clases medias es muy reciente. No es hasta la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII cuando puede entreverse la aparición de esta como un reducto en principio minoritario de una sociedad estratificada y estática, donde las posibilidades de modificar el estatus con el que se nacía (sobre todo “al alza”), eran mínimas. Generalmente, sólo eventos como la adopción, el matrimonio o cuestiones más improbables como una herencia generosa por parte de un no familiar (algo especialmente complicado en el Derecho Continental, donde la discrecionalidad del causante al redactar el testamento está muy limitada) podrían hacer que una persona “escalara” en el estrato social.
Siguiendo las tesis de Max Weber, desde un punto de vista económico, podemos considerar clases medias a aquellas que no poseen suficiente capital como para vivir del interés creado por este (lo que normalmente llamamos, “vivir de las rentas”). Así pues, estos individuos deben gestionar directamente ese capital para procurar su incremento o al menos su pervivencia. La gestión de ese capital suele suponer actividad empresarial. La adquisición mediante el trabajo de un capital que asegure un nivel determinado de vida, supone la actividad de trabajador por cuenta ajena, asalariado. Hoy día y gracias al capitalismo y al desarrollo tecnológico y científico, un humilde asalariado puede tener un nivel de vida claramente superior al de un aristócrata de hace unas décadas.
El surgimiento de las clases medias es paralelo al del capitalismo y al desarrollo del libre-mercado. Estos caminos fuertemente unidos conllevan la visión de que una erosión del mercado libre supone una erosión del desarrollo del nivel de vida de las clases medias. A priori, la afirmación puede parecer excesivamente intuitiva, pero hay muchos indicios que refuerzan el aserto.
La división del trabajo con su consiguiente especialización e incremento de los mercados, la abolición de fronteras comerciales, la multiplicación de la competencia, la ampliación del número de asalariados y el mecanismo capitalista de los precios de mercado, produjeron que muchos individuos que apenas subsistían con salarios menesterosos lograran para sí y los suyos un nivel de vida que a priori no hubieran ni imaginado. La multiplicación de los bienes en circulación, el crecimiento exponencial de los intercambios comerciales y el surgimiento de especialidades laborales cada vez más específicas, fomentaron que numerosas personas dieran el salto de asalariados a comerciantes y de comerciantes a empresarios. La extensión del mercado ofrece más posibilidades y alternativas para que las personas emprendedoras o con cualidades específicas, puedan ofrecer servicios o bienes cada vez más especializados, obteniendo grandes primas de beneficios cuando son pioneros en ofrecer productos nuevos al mercado.
La extensión y el reconocimiento del derecho de propiedad es uno de los grandes motores que permite el surgimiento y consolidación de una clase media que puede erigirse en el verdadero y principal impulso económico de la sociedad, y así reclamar una parcela de influencia que erosione la concentración del poder en pocas manos (nobleza, clero, aristocracia, terratenientes). Por tanto, cualquier ataque contra el derecho de propiedad debe ser temido por las clases medias. El derecho de propiedad es un fabuloso seguro a favor de los que menos tienen (que precisamente por eso no pueden permitirse que se les expropie lo poco que tienen), no tanto a favor de los que más. Desgraciadamente, el socialismo ha logrado convencer a muchos exactamente de lo contrario.
Inherente al desarrollo de la clase media es el carácter emprendedor, la visión positiva del éxito empresarial (no la condena por egoísmo que cierto pobrismo católico -heredado por el socialismo- ha hecho y que ha degenerado en convertir al ciudadano que logra éxito con su esfuerzo en un sospechoso de avaricia e insolidaridad), y el legítimo ánimo de lucro como motor de una sociedad cohesionada en torno a valores sedimentados por la evolución social y no en torno a leyes mudables que plasman las ocurrencias de políticos caprichosos.
Desgraciadamente, hoy en día gran parte de la clase media ha abandonado la visión de sí misma como un ente de luchadores y la ha sustituido por una visión de un ente subsidiado que no busca soluciones a sus problemas, sino que implora soluciones al Estado. Soluciones siempre cortoplacistas que aunque puedan beneficiar a un grupo específico, lo hacen a costa de perjudicar al resto. Los subsidios del PER, son el ejemplo paradigmático. También las numerosas prejubilaciones masivas que se conceden con manga ancha. Las leyes de discriminación positiva o la vulneración del principio de igualdad en leyes penales con la excusa de luchar contra la violencia mal llamada “de género” suponen parches. Parches que se cree que benefician a grupos concretos (aunque luego se vea que no siempre) pero que erosionan la visión de la sociedad como un organismo interconectado por mecanismos sutiles y complejos que el planificador central no alcanza a intuir y menos a comprender. El planificador irrumpe en esos mecanismos sutiles desgarrando los contrapesos y posibilidades autocorrectoras de la sociedad.
Cuando leemos programas electorales o propuestas de gobierno de unos y otros partidos o vemos debates políticos, comprobamos hasta qué punto nuestra sociedad ha perdido capacidad de emprender. La mayoría de la gente mira al político pidiéndole que le arreglen sus problemas. No le piden que deje de estorbarles para que podamos arreglárnoslos nosotros. Como niños pequeños ante un padre omnipotente, como si el Estado hubiera sucedido al concepto de Dios, se le pide (apenas disfrazada la súplica de exigencia democrática) al Gobierno que nos haga nuestro trabajo. Los políticos, esos tahúres feriantes que maximizan su beneficio cuando logran confundirlo con el del país que corrompen, toman nota y de ahí que las propuestas estrella de las elecciones o debates sean siempre los subsidios, las ayudas, las leyes asistenciales, las subidas de las pensiones, el engrose del gasto público en tal o cual área o la ayuda descarada a tal o cual grupo de presión (al final la lista de grupos es tan amplia que logran engañar a la gente pensando que les van a beneficiar especialmente a cada uno de ellos ocultando que en realidad perjudican a todos). El funesto “Plan E”, los 400 euros, los subsidios al alquiler, la prestación adicional a parados de larga duración, las subvenciones a promotores y constructores, los rescates infames a los bancos, el PER, las subvenciones al cine español… Todo fomenta que el ciudadano no quiera solucionar sus asuntos, sino pertenecer a un grupo beneficiado por el poder y abandonarse placenteramente a que le solucionen la vida a costa de los demás. Pero la trampa es que cuando se promete lo mismo a todos, en realidad sólo se puede cumplir la promesa a unos pocos (a los de siempre, los amigotes del poderoso) a costa de perjudicar a todos los engañados.
Pero nadie podrá decir que no nos lo merecemos. Será la consecuencia inevitable de olvidar de dónde surgió la clase media: del libre mercado, de la abolición de los límites al comercio, del fomento de los intercambios económicos a todos los niveles y del carácter emprendedor de aquellos que querían ser dueños de su presente y de su futuro, y no esperar a la dádiva mentirosa y contraproducente de otros que no generan riqueza, sino que expolian y administran caprichosamente la que generamos los demás.
El socialismo ha logrado corromper el concepto de clase media, convirtiéndola en una clase subsidiada y que espera inerme la subvención perenne como una droga insensibilizadora. De romper con esta visión socialista y recuperar la iniciativa y ser dueños de nuestro destino, depende el tipo de sociedad que construyamos.
Nosotros decidimos. Aún estamos a tiempo.
Articulo inicialmente publicado en las webs CLASES MEDIAS ARAGÓN y EL LIBREPENSADOR.
Mitologías ("Mythologies"), de Roland Barthes
Hace 10 horas
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