Agosto del 2014.
España avanza con rapidez en su propio proceso de "bolivarianización". Tan rauda es la degeneración del debate político que es complicado indicar cuándo se inició esta caída hacia algo aún peor de lo que llevamos lustros padeciendo.
¿Comenzó con la crisis económica del 2008?
¿Fue acaso la llegada del PP al Gobierno en el 2011 el pistoletazo de salida de esta degeneración?
¿Empezó quizás cuando las mochilas bombas asesinaron a casi doscientos de nosotros y se alteró el curso electoral de todo el país?
O, aunque nos duela sobremanera plantearlo, ¿estábamos destinados desde hace décadas a ir desmontando nuestra incipiente democracia para acabar alumbrando la peor versión posible de nuestra sociedad?
Los dos partidos sobre los que ha vasculado el Gobierno se ven ideológicamente agotados (fruto de su radical renuncia a las ideologías, sobre todo en el caso del PP, lo que les ha llevado a ser dos caras de una misma moneda falsa), acosados por la corrupción y superados por el ansia de novedades de una gran porción de la sociedad.
Los partidos pequeños navegan entre la insignificancia y el radicalismo de la peor especie, y los nacionalistas, fieles a su inconfesable raigambre española, siguen perpetrando su constante proceso de erosión identitaria y fomentando el odio sistemático entre españoles.
Para colmo, y en anuencia con la tendencia europea de dar poder a formaciones políticas radicales, ha eclosionado en España el huevo de la serpiente populista minuciosamente alimentado por la ineptitud del PPSOE y diseñado con mimo desde dictaduras caribeñas.
Como en otros tantos momentos de la Historia, el agotamiento de determinados usos democráticos (parciales, corruptos, incompletos) no parece dar paso a una profundización y rectificación de esa democracia, sino a su sustitución por proyectos de sesgo totalitario donde lo principal es la identificación del enemigo, ya sea para su destrucción real o, mejor aún, para tener un chivo expiatorio que justifique la persistencia y complicación de los problemas que supuestamente se pretenden combatir, incentivando de paso la necesidad de una "revolución permanente" con sus desmanes totalitarios, sus comités de vigilancia que supone que unos ciudadanos vigilan a otros, partiendo por la mitad a la sociedad y creando diversas categorías de personas según la cercanía o alejamiento al proceso revolucionario, el partido que lo vertebre y los líderes que lo representen.
Es difícil ser optimista con el momento que padece España y con lo que parece estar por venir.
Hay veces que las grandes mentes, las grandes personas, nos inspiran para sacar lo mejor de nosotros mismos y luchar por la Libertad. Pero no hay nadie que pueda desempeñar ese papel en el panorama político, ni público. Por tanto, tendremos que rebuscar parte de esa inspiración y grandeza en cada uno de nosotros. Nuestro futuro depende de ello.
En ocasiones, recae sobre una generación la responsabilidad de ser grande. Vosotros podéis ser esa generación.
Nelson Mandela.